Dicen que el reproche envilece y denigra a quien lo hace porque es algo así como sinónimo de mala fe o peor catadura humana. Curiosamente encontraremos que quienes así piensan son personas que se escudan tras ese “burladero” para salvaguardar actuaciones personales sin exponerse a la crítica o consideración ajena. Esa gente que declara con la mano sobre la Biblia: “No soporto que me hagan reproches” y con esa declaración de intenciones se arrogan una especie de patente de corso para cometer tropelías con la tranquilidad de que no se las van a echar en cara…
Vamos con los ejemplos que ahí me desenvuelvo mucho mejor. Imaginemos que se opta a un puesto de trabajo presentando el preceptivo C.V. y en esta pequeña autobiografía se falsean datos. Se añaden méritos o se quitan años, lo que sea. Descubierto el “pastel” el presunto empleador tendrá todo el derecho del mundo a REPROCHAR al aspirante a empleado el hecho de haber manipulado el C.V. con intención, evidente, de engañar. Reproche por mentiroso y a la calle.
Imaginemos dos personas que se sienten atraídas mediante una de esas “conexiones” que hoy en día sacan chispas por las redes sociales. Desnudar la personalidad sin verse la cara ni mirarse a los ojos es tarea ardua (y peligrosa) así que deciden –juntos o por separado- ocultar o modificar ciertas peculiaridades personales para “vender la burra”. Entonces llega la trampa “inocente” de quitarse años, ponerse títulos, añadir centímetros o reducir traumas. Dejar a los hijos detrás del telón, usar eufemismos del tipo “tengo el pelo gris” cuando resulta que se es rapado mondo y lirondo para ocultar la calvicie o “voy al gimnasio tres veces por semana” ocultando que el motivo es que se sobrepasa el peso medio en veinte kilos. Fruslerías. Pero con afán de engañar, qué duda cabe que por aquello de la autoestima mal atemperada.
Y cuando se descubre la trampa –con más o menos rapidez- vienen los reproches absolutamente justificados. Pero el receptor de los mismos se indigna como estrategia de defensión con el discurso manipulador de…”no me gusta que me hagan reproches”. ¡Faltaría más te va a gustar si te han pillado con la mano en el tarro de la mermelada!
Es de lo más habitual que quien reconviene a otro un comportamiento insincero o echa en cara la falta de transparencia se vea acusado de indignidad por “hacer reproches”. Lo que se conoce por “darle la vuelta a la tortilla”.
Se confunden reproche con resentimiento y la vieja rabia y el podrido rencor con el derecho total y absoluto a decir las cosas claras en su debido momento.
Mucho se juega con ese supuesto “reproche” como arma arrojadiza de ida y vuelta cuando alguien nos está poniendo las peras al cuarto, haciendo con pase magistral que el ofendido se convierta en ofensor. Como quien reprocha que no le visites olvidando que cada vez que lo hacías te recibía con mala cara y sin ofrecerte ni un vaso de agua.
Muy listos somos todos, vaya que sí, utilizando las herramientas unas veces para arreglar y otras para destrozar.
Quedaremos fuera de cualquier reproche si vamos siempre con la verdad por delante y sin ocultar nuestras verdaderas intenciones; nadie podrá echarnos en cara el incumplimiento de promesas que no hemos hecho ni recibiremos reconvenciones por no dar lo que se nos exige unilateralmente.
Personalmente puedo echar en cara al vulgar y ordinario su mala educación, al violento su falta de contención de la ira, al desafecto su ausencia de sentimientos y, siempre reprocharé a quien ha falseado la realidad para obtener el personal beneficio de acallar la conciencia o condecorar la autoestima.
Supongo que con esos muros nos hemos ido todos tropezando alguna vez en la vida…y aprendiendo que el reproche válido tiene derecho a existir cuando es producto de la mala fe o peor intención. Que de todo hay.
Felices los felices.
LaAlquimista
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