Para ser justos. Para no obviar aquello que es también una realidad aunque cope menos portadas de los medios de comunicación: el maltrato que perpetran muchas mujeres a sus parejas e hijos casi impunemente.
Antes de que nadie me salte a la yugular que quede bien claro, negro sobre blanco, que estoy en contra de cualquier tipo de violencia. De hombres contra mujeres, de mujeres contra hombres, de hombres contra hombres y de mujeres contra mujeres. Me estremece la violencia entre seres humanos, sea cual sea su edad y condición. Y también la que inflige el ser humano a los animales. No sé si me dejo algo para aclarar esto.
Los maltratadores/hombres, por ser muchos y desbordar la estadística, son los más visibles socialmente hablando. Y los que más repugnan, claro está, puesto que también se convierten –desgraciadamente- en no pocas ocasiones, en asesinos.
Las maltratadoras/mujeres también existen. ¿Cuál es su perfil?
Como no soy experta en nada y mucho menos tengo autoridad para hablar ex cathedra, hablaré, como siempre, desde lo que conozco, bien por haberlo padecido en primera persona o por ser conocedora de los hechos de forma indirecta o colateral. Vamos, que no me invento nada y nadie podrá acusarme de calumnia alguna.
La mujer maltratadora –al igual que el hombre maltratador- es más que probable que haya padecido en sus carnes el maltrato, casi siempre en la infancia. Maltrato en su variante psíquica o física habiéndolo incorporado a su “identidad” como persona. Eso no quiere decir que todo aquel que haya sufrido malos tratos en su infancia se convierta a su vez en un maltratador, ya que son legión las personas maltratadas que han sido capaces de romper ese esquema, darle la vuelta, liberarse del dolor y convertirse en seres humanos llenos de amor y así vivirlo con los demás.
Veo a esa “mujer maltratadora” en la que ridiculiza al marido, que le insulta en la intimidad del hogar, delante de los hijos incluso, que lo trata de inútil por no ser capaz de proporcionarle lo que ella entiende que se le debe, que habla mal a sus hijos de su propio padre, ninguneándolo en las decisiones familiares o imponiendo su deseo, su “razón”, su voluntad y criterio porque le sale de la rabia o furia que acumula en su interior, siendo la consecuencia de la frustración personal vomitada sobre el que está más a mano.
Veo a esa “mujer maltratadora” que arrea bofetadas a sus propios hijos como desahogo de su falta de equilibrio psicológico. A la que tira de los pelos, da pellizcos, empujones o zapatillazos –acompañada de muchos gritos histéricos- a su prole cuando le sacan de sus casillas. La que castiga donde más duele, la que hace llorar sin inmutarse por el dolor causado. Siempre es una madre histérica que se ensaña con sus hijos pequeños o lo suficientemente pequeños como para que no puedan defenderse.
Esa “mujer maltratadora” no sale ni en las encuestas ni en los telediarios porque la ropa sucia se lava en casa y cada familia es infeliz a su manera. Hay cientos de maneras de desatender a un hijo provocándole un daño psicológico irreversible. La mujer maltratadora casi siempre es inconsciente del poder que tiene para hacer daño; y si es consciente y a pesar de ello lo utiliza, ella será la primera en no poder perdonarse jamás.
Sigo viendo a una “mujer maltratadora” en la joven que se burla de los chicos, en la mujer adulta que escarnece al marido cuando está con las amigas, en la que es infiel de la manera más terrible que se puede entender la infidelidad: negando la lealtad a quien se le debe.
Y en esta sociedad nuestra tan cacareadamente matriarcal, (o esa historia nos han contado de abuelas a nietas), creo que deberíamos empezar de una vez por todas a buscar la paja en nuestros ojitos y sacárnosla de manera definitiva.
Porque “mujer maltratadora” es toda aquella que mina la integridad psíquica y física de quienes dependen de ella de alguna manera, la que abusa de un poder que le ha dado el estatus adquirido de madre, esposa, maestra, jefa o cuidadora por sueldo interpuesto.
Las he conocido y las conozco. Las he visto y me las han contado. A alguna la he padecido, pero ya hace mucho tiempo que conseguí liberarme. Y la vergüenza infinita de pertenecer al mismo sexo siempre me perseguirá, sobre todo cuando levanto la voz contra los maltratadores/hombres que tanto daño nos han hecho a nosotras, las mujeres que supuestamente no maltratamos a nadie.
El último párrafo es para lanzar un aviso a navegantes: Si alguna mujer se ha visto identificada o se ha dado por aludida como resultado de este post… que reflexione desde la paz, la tranquilidad y el amor que seguramente habita en su corazón.
No obstante, en una mujer –al igual que en un hombre- también se da la circunstancia de practicar el terriblemente famoso: “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. La falta de humildad no entiende de sexo ni condición.
Felices los felices.
LaAlquimista
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