Mi estado civil actual es el de divorciada (después de más de veinte años) lo que implica que he conocido las mieles y las hieles del estado civil del matrimonio. Y las de la soltería de “antes” y del “después”.
Entonces, cuando firmas para que se borren las firmas anteriores, uno dice: “menos mal que ya ha terminado todo, ya puedo levantarme mañana y decir la vida recomienza ahora”. O el muy de moda: “Me voy a reinventar y todo eso”.
Por puro instinto de supervivencia se procede entonces a olvidar grosso modo las vivencias que iban en el pack completo del matrimonio, se realiza una especie de barrido general de situaciones pasadas. Reiniciar y actualizar.
Pero no siempre es posible; de hecho, no siempre es aconsejable, hay vigas maestras que es mejor no mover de su sitio, costumbres y rutinas que soportan la estabilidad y la autoestima, no todo tiene que ser nuevo y diferente al separarse de la pareja.
Porque cuando nos casamos –o su equivalente- aportamos al proyecto común casi todo lo que somos y hay –creo que todavía- la costumbre de hacer una especie de totum revolutum con las aficiones, deseos, gustos y manías de forma que, si se alarga en el tiempo la unión, llega un momento en que es muy difícil saber quién aportó cada cosa.
Al igual que si hay un divorcio uno discute por recuperar los libros o los discos que “son suyos”, es también muy difícil desgajar del pastel común los ingredientes individuales. Se tiende a usar el método expeditivo de romperlo todo e intentar salvar cada uno los pedazos que pueda. Un desastre, qué le vamos a hacer.
Las cosas buenas que uno olvida del matrimonio son aquellas que no pueden comprarse con dinero. Por ejemplo: lo calentita que está la cama en invierno. Sí, ya sé que para que te calienten la cama no hace falta casarse pero para que venga alguien en plan “manta humana”, hoy sí y mañana ya veremos pues no vale la pena comprarse un camisón nuevo.
Es lo que tienen los fríos del invierno, que hacen sentir la añoranza del calor cotidiano, sencillo, confortable.
Afortunadamente, en cuanto llega la primavera se tiende a olvidar estas debilidades humanas y una vuelve a ser una misma aunque, al igual que en el matrimonio, las expectativas se van de viaje cuando hace frío en mayo y llueve en junio sin parar.
Es mejor no hacer previsiones…en ningún orden de la vida porque la garantía de que se cumpla aquello por lo que se ha luchado es escasa tirando a muy baja excepto si se está atado y bien atado a la noria de las normas, reglas y costumbres que delimitan tanto la libertad personal.
Quienes se adaptan a ello tienen una posibilidad, pero no sé yo si el balance final vale la pena. A veces hay mucho más que perder que lo que se puede ganar y a una cierta edad hay que pensárselo muy bien antes de hacer nuevas y –arriesgadas- inversiones.
El matrimonio no es eterno, ni siquiera el amor. Tampoco lo es la vida, faltaría más. Así que…
Felices los felices.
LaAlquimista
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