Por el título del post pudiera parecer que esto va de política, pero no. Va, como siempre, de relaciones humanas y de las difíciles componendas a las que nos vemos abocados para mantener un equilibrio emocional que se supone hemos adquirido ya después de varias décadas al pie del cañón.
Hay tres frentes para contentar o armonizar. El individual, personal e intransferible de lo que cada uno es; el familiar –que siempre está ahí demandando en sordina- y el de la amistad o sociabilidad.
En cualquiera de los tres debemos esforzarnos mucho si queremos que el balance no nos tire de un empujón al suelo que es donde nadie quiere estar.
En lo personal solemos estar de acuerdo con nosotros mismos en que no deseamos que nos molesten, ni nos incordien, ni nos impongan cosas y, sobre todo, que respeten nuestra manera de ser, nuestras ideas y nuestro (especial) carácter. Casi nada. Pero esto tiene un precio y quien no se haya dado cuenta todavía pues… es un “feliciano”.
Con la familia hay que pactar te guste o no te guste porque si no lo haces el hacha de guerra se levanta y amenaza apocalípticamente con rencores que pueden superar la fecha del juicio final. Es decir: que hay que contemporizar, decir no, pero sí y sonreir aunque se llore por dentro. Curiosamente, es en el espacio familiar donde más difícil es llegar a pactos o acuerdos por aquello de que cada quien tiene muy claro el uso de su propia libertad y las barreras o líneas rojas que marca para que los demás no interfieran en su vida o decisiones.
Las familias se quiebran, se rompen en mil pedazos, por esa falta de flexibilidad emocional. En la mía de origen, el tsunami nos arrasó a todas (no queda ningún hombre en la familia troncal) y ahí andamos, cada una con nuestra “cruz a cuestas” aunque espero y deseo que el peso pueda ser aliviado de alguna manera. Siempre que hablo de la familia me acuerdo del comienzo de “Anna Karenina”. “Todas las familias felices se asemejan, pero las familias infelices lo son cada cual a su manera”. Y con eso Tolstoi lo dejó todo dicho.
“Mi” familia, la que formo con mis hijas, ya tiene afluentes. Ríos todos caudalosos que van a parar al mar…
Con las amistades la cosa tiene su enjundia y se parece más al panorama político después de unas elecciones en las que todos los partidos han sacado muchos votos. Que de repente los que eran “colegas” se convierten en “adversarios” y donde creías que había apoyo y amistad de repente aparece la Gorgona de la envidia y la maledicencia. Donde antes hubo cariño y ayuda generosa ahora nada importa sino machacar al contrario porque se desea lo que él tiene y a nosotros nos falta. El famoso “quítate tú para ponerme yo” y asumir protagonismos llenos de alharacas tan sólo porque unos cuantos votos de más le han hecho creer a alguien que valía más que el otro.
Con las amistades hay que “mercadear” mucho para no quedarse predicando –o llorando- en el desierto. Comulgar con ruedas de molino y sentarse junto al adversario que hasta ayer mismo era un compañero. Míralos a los políticos, cómo son el fiel reflejo de la vida que a todos nos atañe.
Yo también he tenido que llegar a acuerdos –hablados, no tácitos- con algunas amistades para no perderlas. Me han puesto en mi sitio y me han dicho: “hasta aquí y no más allá” y está bien que así sea cuando uno no se da cuenta de que está haciendo el tonto. En ningún sitio está escrito que debamos gustar a todos o que todos nos deban gustar a nosotros. Es un quid pro quo muy natural que hay que saber gestionar.
Así que si no queremos tener que negociar, ceder o conceder, renunciar o pelear… mejor nos quedamos solos aullando a la luna y nos sacamos un selfie para ponerlo en Instagram que, como esto siga así, van a ser los únicos amigos que nos den “likes”.
LaAlquimista
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