-“Mi tiempo lo dedico únicamente a las personas a las que quiero”, sentenciaba hace poco una conocida, de esas que te encuentras en el parque y se monta rápidamente una sesión filosófica en un banco a la sombra.
Me quedé un poco “así”, porque me pareció el concepto demasiado taxativo, no sé, la vida me ha llevado a dedicar mucho de mi tiempo libre a otras personas por motivos que no eran estrictamente de amor. Pero como no era cuestión de llevar la contraria y empezar una diatriba que nos amargara el día, lo dejé correr y le dije que yo también hacía algo parecido, empezando por mí misma que soy la persona a la que más quiero en este mundo.
Bromas e ironías aparte, se me quedó la idea dando vueltas en la cabeza mientras recorría los pasillos del súper buscando el cuscús marroquí deshidratado que tanto me gusta. (Que ya no lo traen porque tiene poca salida, me dijeron, así que tendré que ir a hacer la compra a una tienda “étnica”, mucho me temo).
Pero a lo que iba.
Esto me recordó a una frase de Claudio Naranjo que se me quedó clavada por lo que la guardé en las “notas” de mi teléfono móvil: “Tu tiempo que sea para aquellos que se sientan orgullosos de tenerte.” ¡Qué buen consejo, qué simple y certera sabiduría!
Entonces me di cuenta de que me había pasado AÑOS –que se dice pronto- visitando con cierta regularidad a una persona con la que me unía un lazo de cariño (o eso creía yo sinceramente) y que no tenía la costumbre de interesarse en mi vida; es decir, no me preguntaba ni por mis hijas y nieta ni por mis proyectos y salud ni por mi perro. Ni por mis amores.
Se limitaba a hablar de sí misma sin punto y aparte ni separar un párrafo de otro, en un monólogo largo, cansino y, tengo que confesarlo, muchas veces algo aburrido por lo desconectado de la realidad. Yo le dedicaba mi tiempo por cariño, ya lo he dicho, y por ayudar a mitigar su soledad que, todo hay que decirlo, había sido por elección propia. Entonces llegó el momento en que tuve que salir de la “realidad paralela”, ésa en la que vivimos muchas horas, ya que no soportamos vivir en la otra, en la “realidad real”, y comprender y aceptar que esa persona no se sentía orgullosa de mí en ningún aspecto ni valoraba lo que yo era más allá del rato de compañía que le dedicaba de vez en cuando.
Así que la última vez que le visité se lo dije con toda la sinceridad y delicadeza de que fui capaz; que ya no vendría más a visitarla porque me quedaba con la moral por los suelos darme cuenta de lo poco que yo significaba para ella. Encajó el reproche con soberbia y me contestó que le daba igual, que hiciera lo que quisiese.
Salí a la calle ligera como no había entrado y me senté en una terracita a tomar una caña con aceitunas que es lo que nunca me había ofrecido en mis visitas durante años.
Y apunté mi aportación personal a las “notas” de mi Smartphone: “Vé únicamente donde te quieran”. Que es exactamente por donde tenía que haber empezado hace varios lustros. Y no me arrepiento del “tiempo perdido” ni le guardo rencor ya que yo soy la única responsable de mis actos aunque me dé cierta vergüenza admitir que donde yo entraba con bromas y sonrisas salía con el corazón encogido por la mala energía que había en el ambiente.
Me queda por reflexionar cuánta de esa mala energía era producida por mí misma… por estar en una situación en la que no actuaba con total sinceridad. Digamos que, en el pecado iba incluida la penitencia. Y reafirmarme en lo dicho: “Yo voy sólo donde me quieren”. De una vez por todas y para los restos.
Felices los felices.
LaAlquimista
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