** “Soberbia”. (El Bosco. Los siete pecados capitales)
Hubo un tiempo en mi vida, estando todos los frutos verdes, en el que todavía era un “valor” afrontar los acontecimientos con “orgullo” aun a riesgo de confundirlo con “dignidad”. Aquel orgullo altanero de finales de siglo, de cualquier siglo, orgullo de clase, orgullo de sangre o de origen, hermano de leche de la soberbia, pecado y deseo a la vez.
Aquellas enseñanzas convertidas en dogmas, desafueros impresos en edición de lujo, nunca de bolsillo. “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, “A enemigo que huye puente de plata”, “Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”… y tantos otros aforismos de calendario que, aun siendo falacias, formaron parte del alimento de varias generaciones.
También hay que decir que “De lo que se mama, se cría” y por aquí andan dando vueltas –todavía- no pocos adultos mayores e incluso ancianos que se creen, que creen como verdad incuestionable, que la altanería, la soberbia, el desprecio al prójimo, la desconsideración por indignidad interpuesta, son virtudes a regar en vez de defectos a desbrozar.
“Humildad” la hermanábamos con “pobreza” –casi siempre monetaria-, los humildes eran los desamparados –hoy serían personas en exclusión social-, un hombre humilde o una mujer humilde eran paradigma de incultura, incluso de enfermedad y penuria.
Lógicamente, nadie quería ser humilde y se pasaba al otro lado del puente donde imperaba su majestad la “Soberbia”. De eso muchos sabemos mucho, por una vez reconozcámoslo. A estas alturas, qué más da ya…
Tengo un espejito en el bolso para las emergencias y espejazos en la vida en los que verme reflejada. Con no poca vergüenza, la mayoría de las veces conozco y me reconozco en actitudes indignas, de esas que adolecen de la supuesta altura de miras del ser humano evolucionado.
La soberbia del que ansía el poder y escarnece a quien le pone vallas para sortearlas; la soberbia del pequeño mindundi que enarbola su testosterona para aplastar mujeres/hormigas. La soberbia del bobo, del idiota, del que se da más importancia que una gallina picando mierda. La del guapo y la guapa, la del niño y la niña de piel bien blanca, la del alto frente al bajito, la de quien lleva ropa de marca frente a quien le marca la ropa que debe ponerse para ganar el pan. Pura idiocia con “clase”.
No solo es predio de grandes personajes la soberbia –que también- sino de aquellos humildes seres humanos que ansían dejar de serlo para poder levantar su testuz y su voz una cuarta por encima de los demás. La soberbia de quien dice “me voy porque no aguanto más” antes de leer la carta de despido que tiene encima de la mesa y que se ha ganado a pulso.
Ser humilde también es saber reconocer los propios errores, no perder de vista las limitaciones que se levantan con nosotros cada mañana, darle al de al lado el derecho de cantar con su bonita voz en vez de acallarle con un gesto despreciativo para que tan solo resuene el propio canto, la voz del gallo del corral o del corifeo de gallinas. Quién se libra de ello.
Me educaron para ser soberbia y cuando he intentado desaprenderlo –mal que bien- me he encontrado con que mi supuesta “humildad” es un terreno conquistado para quien, ensoberbecido de su ego, aplasta y desprecia a quien no quiere empuñar dagas ni puñales para relacionarse sino esos impulsos del corazón que son maravillosos argumentos…si fueran escuchados. Cuando intento ser humilde ofrezco la postura idónea para que se me suban a la chepa. O algo peor. Qué le voy a hacer…
A fin de cuentas la vida tan solo es compleja para quien se empeña en complicársela.
Felices los felices.
LaAlquimista
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