Hace muchos años que vivo desparejada; es decir, que tuve pero no retuve. Al principio daba como “un no sé qué” andar de numero primo por la vida, sobre todo cuando llegaban las vacaciones y echabas el anzuelo a ver si alguna amiga se apuntaba… a lo que fuera, aunque casi nunca fuera lo que yo realmente deseaba.
De esta atropellada manera hice viajes acompañada debiendo ceder –e incluso doblegarme- a costumbres, manías o caprichos ajenos. También cursé invitaciones de buena fe para compartir “mi otro mar” con personas amigables y amistosas. No siempre salió bien la ecuación porque la gente viaja con su “equipaje” y le parece lo más normal del mundo cargar con lo propio en vez de disfrutar de lo que se le ofrece, algo así como hacen los judíos que acarrean su parafernalia porque no pueden compartir cubiertos, cazuelas, vasos ni toallas con los “impuros”.
Y como la vida te va poniendo en tu sitio a base de empellones y zarandeos varios, ya hace años que disfruto de las mieles solitarias de “mi otro mar”, aunque de vez en cuando asomen la cabeza las viejas hieles que no terminan de olvidar lo que una vez fue y ya no podrá volver a ser, pero que son como los mosquitos a los que no queda más remedio que ahuyentar con repelente o arrearles un palmetazo plastificado..
También hay quien se ofrece a acompañarte para “ayudarte” –no sé, con el perro, poniendo lavadoras o preparando gintonics- de esa manera tan sibilina –y manipuladora- en la que alguien parece que regala algo cuando en realidad está tomando para sí el beneficio calculado que ha pensado obtener. Experiencias imprescindibles para espabilar. Que no falten que si no la vida es aburrida.
Mis vacaciones son, por fin, solitarias. Demasiado a menudo tengo que explicarlo porque parece como si llevara a cabo una hazaña sin igual. ¿Que hay que conducir 500 kms. sin prisa y cantando las de Nino Bravo? Pues se hace. ¿Que hay que limpiar y acondicionar el piso antes de poder sentarse con la cervecita en la terraza? Pues se curra a destajo varias horas y luego chapuzón en la piscina, algo de picar y a dormir hasta que cante el gallo del payés de enfrente.
¡Y por la mañana! ¡Ese desperezarse escuchando pájaros y no la matraca del ascensor! ¡Tostar el pan y sorber el té con cara de recién venida a la vida! (Sin nadie al lado que consulte el móvil, ponga la tele, envíe veinte tweets -y los comente, que es lo peor- o proteste porque ha dormido mal o le duele el dedo gordo del pie)
¿Que paseo al perro a las siete y media de la mañana y luego me voy a caminar varios kilómetros por la playa? ¡Pues lo hago! ¿Que paso de lavadoras, escobones y hacer sofritos? ¡Pues paso olímpicamente! Que como cuando tengo hambre lo que más me apetece y duermo cuando me amodorro sin pedir permiso, que me visto de “yo misma” en vez de cualquier otra cosa que alguien piense que es lo adecuado, que cojo el coche a las diez menos diez (p.m.) para llegar antes de que cierren al sitio donde venden vino y jamón porque se me ha antojado como algo imprescindible y no tener que escuchar NADA que me lo critique o impida.
Todavía me queda alguna amiga por ahí que me dice cosas del tipo: “chica, no sé, yo sola no sé si me lo pasaría bien”, pero en general los comentarios son tirando a: “¡Pero qué suerte tienes de poder hacer lo que te da la gana sin perro que te ladre!” (Con perdón de mi queridísimo Elur).
La playa solitaria al punto de la mañana, la comida en su punto cuando me entran las ganas, el punto de vagancia para descansar después de no hacer nada y el placer de inflarme a leer y, desde hace unos meses, volcar la creatividad que me sobra de escribir este blog pintando pequeños lienzos al óleo. Y punto final.
O mejor, punto y seguido porque me falta aclarar que el hecho de estar UN MES sin hacer más vida social que la que surge inopinadamente en el chiringuito a la puesta de sol o sin tener ni una cita, ni un compromiso, ni tan siquiera ir a la “pelu”, esas pequeñas rutinas livianas, sin discutir de nada con nadie me rejuvenecen lo que no está escrito.
Luego vuelve otra mujer a San Sebastián. Y tengo que empezar a repasar las lecciones que se me han olvidado en estas semanas de dolce far niente (aunque haya habido, lectura, escritura, pintura y ejercicio) y de recogimiento hacia adentro porque cuanto menos tengo menos necesito. ¡Ese sí que ha sido el descubrimiento de mi vida!
LaAlquimista
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