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Cecilia Casado

A partir de los 50

¡Me he dejado el móvil!

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Ya había arrancado el coche rumbo a mis placeres marítimos matutinos cuando descubrí que me había olvidado el móvil en casa. Pegué un grito –exagerada que soy- como si de repente hubiera reventado una rueda. “¡El móvil, me he olvidado el móvil!” aunque después del subidón adrenalínico se abrió paso en mi conciencia el racimo de neuronas que me hace ser (todavía) una persona cabal. –“Pues no vuelvo por él”.

Esa decisión –valiente donde las haya- fue marcando el ritmo y la energía de las siguientes horas. ¿Y si me pasa algo y no puedo llamar al 112? ¿Y si veo un delfín saltando cerca de la orilla del mar y me quedo sin hacer un vídeo? ¿Y si me llaman mis hijas porque tienen un ataque de “mamitis”?

Cuestiones todas ellas peregrinas y absurdas –excepto lo de que me “pasara algo”-, pero hay que confiar en que el resto de la humanidad no se haya olvidado el teléfono en casa a la vez que yo. Me sentía PEOR que si me hubiera dejado la cartera, las gafas de sol o la toalla para secarme.

Obviamente –porque es obvio para cualquiera- me pasé las dos horas de mi paseo/baño en solitario –o casi- dándole vueltas al despiste y, obviamente también, dejando paso en mi mente a la incapacidad total y absoluta de disfrutar del momento presente, de situarme en el AHORA, ese ejercicio mental y espiritual que me ayuda de manera inequívoca a afrontar el resto de las horas de la jornada con la actitud que deseo.

Acorté el paseo –me sentía cansada- y estuve en el agua menos tiempo del habitual –me pareció que estaba poco limpia y demasiado caliente; en vez de quedarme relajada bajo la sombrilla dejando que el cuerpo entero “volviera a su sitio”, me apresuré en vestirme, me salté olímpicamente –como en estado de emergencia- el cafecito en el chiringuito recién abierto y volví a casa en un ay.

Cuando entré en casa chancleteando arena y nervios corrí al dormitorio donde recordé que lo había dejado cargándose. Me abalancé sobre él como si tuviera que hacerle la respiración artificial para salvarle la vida y puse el pulgar en su sitio para que se activase. Lo hizo en un nanosegundo –es un Smartphone de los más inteligentes- y entonces, y sólo entonces, me relajé.

Chequeé las posibles entradas de llamadas, emails, mensajes de whatsapp, avisos de redes sociales y demás posibilidades: nada. NA DA, con mayúsculas. Entonces me sentí un poco desengañada, tanta dedicación, tanto pensar en él para que al final me ofrezca silencio y desinterés. El típico silencio que ofrecen los móviles de todo el mundo si son las siete de la mañana y no trabajas en política o eres un autónomo con mucha clientela.

Dejé para otro momento más reflexivo la autoflagelación que me merezco. Lo sé, lo reconozco, me dejé llevar por la histeria colectiva (un suponer por mi parte que todos los que se olvidan el móvil en casa se sienten igual de vulnerables) y he perdido cinco puntos muy valiosos en mi autovaloración personal. La autoestima, tocada del ala por boba.

Tengo que aa-partir-de-los-50rreglar esto, no me siento contenta de mí misma.

De momento, lo comparto por si soy una rara avis y no me he dado cuenta.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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