Es un hecho constatado que no hay plazas suficientes en las residencias geriátricas y las familias lo tienen cada vez más complicado para atender a los ancianos que les corresponden por árbol genealógico, la sociedad del bienestar de quien puede permitírselo está tirando de la mano de obra cuidadora inmigrante que llega a nuestro país buscando un trabajo decente, honrado y lo mejor pagado posible sin pasar por la explotación que se adivina detrás del telón que levantan de vez en cuando algunos programas de investigación televisivos.
Resumiendo: que no hay más que darse una vuelta por la calle a la hora del ángelus para ver tantas y tantas personas ancianas apoyadas en el brazo o paseadas en silla de ruedas por mujeres y hombres (sobre todo mujeres) de otras latitudes que han venido a este pequeño País Vasco a buscarse la vida para dar de comer, llevar a la escuela o comprar zapatillas de marca a sus lejanísimas parentelas.
Vienen con billete de turista y se quedan aquí sin papeles. Luego no se sabe qué pasa o qué puede pasar legalmente con ellos, pero la mayoría encuentran “trabajo” en esa economía doméstica sumergida –pero que sin embargo está al aire libre paseándose por parques y jardines los días de sol.
Suelen conseguir casa y comida en régimen interno porque así evitan pagar alquileres compartidos y aunque la dedicación a la persona que cuidan supera con creces las ocho horas diarias les compensa el sueldo limpio que también supera el salario mínimo, libre de impuestos porque no pueden trabajar porque no tienen papeles y no tienen papeles porque no tienen trabajo legal.
Dejo en paz el galimatías burocrático y voy a lo que voy. Por lo que veo y me cuentan, hemos dado un paso de gigante, pero de cangrejo gigante, como en aquellos años 50 en los que se tenía una “interna” en casa por cuatro perras y la cofia y el delantal a cambio de prestar servicio full time, 7/7 o como se dice en cristiano: “chica para todo”.
Que la señora o el señor necesita que le cambien los pañales a las tres de la mañana, ahí están ellas. Que se les requiere para brindar compañía y dar charla y que no se sienta sola la persona que paga el sueldo además de limpiar, comprar, cocinar y hacer de acompañante/enfermera todo el santo día, ahí están ellas. Muchas sin Seguridad Social y otras muchas con los papeles en regla, pero aceptando horarios de galeras por no perder esos 900 o 1.000€ que envían –casi íntegros- a sus países de origen.
Habrá de todo, como en la viña del Señor, pero mucho me da en la nariz que lo que más abunda es el abuso por parte del empleador sabiendo la terrible necesidad que tienen esas mujeres (casi siempre mujeres) que han tenido que separarse de sus propios hijos, que han renunciado a verlos crecer en un día a día amoroso y necesario para “venir a servir” a un país que las acepta y las rechaza a la vez.
Conozco sus rutinas, las veo y les hablo y me hablan. Dos horas libres al día y el fin de semana desde el sábado al mediodía hasta el domingo por la tarde, pero con la condición de dormir en casa; el resto del tiempo, al pie del cañón y con la sonrisa en la boca. A ser posible, cerrada. Por la cuenta que les trae.
Se conocen entre ellas por países (Honduras, Nicaragua, Ecuador, Colombia y el Este de Europa); se juntan en las iglesias evangélicas mayormente y poco o nada gastan ni siquiera los domingos. Ahorran para enviar el dinero fuera. Y aquí adentro, en las casas donde viven con uno o varios ancianos solitarios, muchos de ellos amargados, rabiosos porque sus familias de sangre no les cuidan lo suficiente ya que no pueden o no les soportan o porque no tienen a nadie ya, ven la tele con “la señora” y seguramente no entenderán nada o casi nada.
Se les habla de tú y ellas contestan de “usted”. Marcando diferencias; como se ha hecho toda la vida con “el servicio”.
Me lloverán piedras por contar una verdad que ronda nuestras conciencias, pero tanto me da. Pero de lo que sembremos, recogeremos.
Felices los felices.
LaAlquimista
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