Las relaciones de pareja son como los trenes: de largo recorrido y de cercanías. Los primeros te llevan lejos y procuran no tener transbordos. Los segundos ofrecen viajes cortos; si quieres ir más allá, hay que apearse y cambiar de línea.
Hay a quien le compensa hacer todo el viaje “del tirón” aunque sea muy cansado y puede que hasta aburrido, pero da cierta tranquilidad (o supuesta seguridad) saber que de la estación de origen a la de destino se llevará la misma compañía excepto los sobresaltos inevitables de todo camino emprendido en la vida.
Hay a quien no le ha quedado más remedio que tener que apearse en una estación en medio de la nada porque ha descubierto que al despertar de una “cabezada” ya no había nadie al lado. Pasa muy a menudo, doy fe de ello.
Entre unos y otros –un poco a trompicones- andamos casi todos los que sobrepasamos el ecuador de la vida (algunos con creces y mucha holgura). Los que nos hemos quedado en el andén miramos con una cierta nostalgia -no exenta del puntito de ironía inevitable- a los viajeros que miran sin ver por la ventanilla de su tren que está parado, esperando a que unos bajen y otros suban para seguir camino hasta el destino final igual para todos.
Los que nos hemos quedado en el andén, dudando si volver a comprar un billete hacia ese mismo destino ineluctable, por un lado queremos y por el otro lado, no.
Las analogías se me dan bastante bien, pero hablar en roman paladino mucho mejor.
¿Me gustaría volver a formar una nueva pareja después de haber tenido que transitar por el camino lleno de mieles y hieles del amor? (Dos matrimonios, dos divorcios y el etcétera inevitable) ¿Me quedan fuerzas, ganas, deseo e ilusión para una última intentona? ¿Dejo que se vayan todos los trenes con sus viajeros felices e infelices y me quedo en tierra tranquilamente viendo pasar la vida?
He sido feliz en pareja (“fue bonito mientras duró”); y ahora soy feliz sola y en libertad (“¿a quién le amarga un dulce?”).
El tema nos ha dado para muchas sobremesas enjundiosas, divertidas y hasta francamente filosóficas entre quienes están casados y aburridos, emparejados e ilusionados, solos como la una y más a gusto que un arbusto y solitarios deseando agarrarse a un clavo ardiendo. De todo hay.
Yo sigo dudando. Dudo de si me estoy perdiendo algo hermoso (incluso a esta edad más que provecta) o si por el contrario debo aceptar que “se me ha pasado el arroz” irremediablemente.
Porque a veces surgen chispas, llegan brisas, se oyen voces. Y la vida es eso precisamente: estar atento a las buenas oportunidades para seguir siendo moderadamente feliz.
Supongo que tiene que ser bonito ir de la mano con alguien que te desea el bien y a quien tú deseas lo mejor. Creo recordar…
Felices los felices.
LaAlquimista
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