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Cecilia Casado

A partir de los 50

¡Qué duro es ser libre!

No, no se me ha ido la pinza al titular este post, le he dado las vueltas suficientes como para haberme convencido de que es una gran verdad que pocas veces nos alcanza.

Se nos llena la boca hablando de libertades o de la “libertad” en general, esa utopía que casi se llega a realizar en cierta parte del mundo “civilizado”, un concepto demasiadas veces metafísico más que tangible, la idea sempiterna de que el ser humano es libre, dueño de sus actos y todo el etcétera que sigue al enunciado de la frase.

Hablo de lo mío –como siempre- y quiero compartir el estruendo que una especie de martillo pilón provoca en mi mente desde que falleció mi perrillo y ya no tengo ataduras que me aten ni obligaciones que me obliguen en el día a día. Es decir, que en un póstumo acto de amor, Elur me ha devuelto la libertad que deposité en sus manos (o patas) hace ocho años, cuando me comprometí con él hasta que la muerte nos separase –preferiblemente la suya por aquello del sentido práctico de la cosa.

Me viene un regüeldo de ironía, qué cosas tiene la vida (o la muerte). En vez de llorar la despedida estoy convulsionada por la certidumbre de la realidad: puedo entrar y salir, subir y bajar, hacer o deshacer sin más límite que el que me imponga mi cordura o mi deseo.

Llevo varios días aislada del mundo –literal- en plena naturaleza y sin más contacto humano que el saludo gestual –o ese “iepa” asilvestrado- con los paseantes que me cruzo en mi diario desgastar de botas de monte. He venido huyendo del asfalto, del ruido, de todo lo social, queriendo hallar el espacio íntimo y discreto en el que poder llorar o gritar o lo que me salga del corazón.

Sin embargo, ni una lágrima. Hay que ver el pedazo de piedra que se me ha instalado en mitad del pecho. No doy crédito y sí me siento un poco avergonzadamente culpable. Todo el mundo asaeteándome con el duelo de meses de llanto y de angustia cuando han tenido que sacrificar a un querido animal de compañía y yo, mísera de mí, lo que siento explotar en mi interior es el grito de que SOY LIBRE.

Ya no me ata ninguna rutina, ni estoy constreñida por la obligación de cuidar a un ser vivo –de dos pies o cuatro patas. Se acabó la amorosa cadena que me unía a otro ser, no por más amorosa menos cadena.

¡Qué duro ahora tener que buscarme la vida sin rutina que me estabilice, como a tantos o como a todos! Despertar por la mañana y que las veinticuatro horas estén expeditas, vírgenes anhelantes de algo con lo que satisfacer su afán. Ese tiempo de libertad que se constriñe por imperativo social y sociable (para quienes ya no tenemos que ir a trabajar) a base de cursos, gimnasios, hobbies, aficiones o altruistas y generosas entregas que, ellas también, ayudan a pasar el tiempo o a matarlo o a sentirse válidos y necesarios para alguien.

Ni siquiera los pájaros son libres puesto que se ven obligados a volar en bandadas, a seguir a su líder, a no perder el rumbo impuesto por la naturaleza so pena de perecer antes de tiempo. Ni siquiera los animales salvajes son libres de dejar de buscar su refugio y condumio en una batalla cotidiana para satisfacer su necesidad en su propio hábitat. ¡Y qué decir del ser humano! Encadenado desde antes de nacer a los proyectos familiares, después a las exigencias sociales y más adelante a subirse a la ruedecita del hámster y dar vueltas y vueltas hasta que el calendario se agote.

¡Qué duro es ser libre de verdad, más allá de la frase grandilocuente…! Ser responsable de la nada cotidiana y transformarla en algo “comestible” es una tarea para los buenos filósofos y un pequeño afán secreto para los alquimistas de andar por casa. Como yo misma.

Felices los felices.

Recomiendo la lectura del libro: “El miedo a la libertad” de Erich Fromm.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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