A comienzos de año visité a mi doctora de cabecera para contarle mis cuitas nocturnas. De resultas de la enfermedad de mi querido perrillo Elur sus noches (y las mías) se volvieron toledanas; él se alteraba y vagaba por la casa desorientado, le costaba dormir y eso también lo compartía conmigo. Total, que ya no pude más y recurrí a la medicina tradicional después de haberlo intentado con la melatonina, la meditación, la valeriana y alguna que otra copa de vino.
Para mi escándalo ingenuo e ignorante me recetó el famoso Orfidal. “¿Pero acaso no es adictivo?” –pregunté como un rayo. -“Claro, pero tú verás –me dijo ella- o te haces adicta al Orfidal o te haces adicta al insomnio…” Touchée.
Después de nueve meses durmiendo bien tirando a muy bien gracias a tomar media pastillita al meterme a la cama –a Elur el veterinario también le recetó un relajante muscular- la vida, su mala vida, me pegó el revolcón obligándome (moralmente) a practicarle la eutanasia por pura compasión y puro amor.
Horrible refrán el que dice: “muerto el perro se acabó la rabia” y que me enfrentó a una realidad poco acogedora. No existiendo más el inconveniente nocturno… ¿para qué seguir tomando el dichoso Lorazepam?
Llevo desde hace más de un mes intentando desengancharme del Orfidal a la brava. No teniendo obligaciones que impliquen madrugón alguno, quiero sacarme la bala sin anestesia como los vaqueros en el oeste y sin regar la herida con whisky.
Los primeros días, quiero decir las primeras noches, fueron horrendas. Despertarme a las cuatro de la mañana con los ojos a cuadros y no poder volver a conciliar el sueño me ponía de un mal humor de antología. Tuve que aprender a tener paciencia, leer en la fría madrugada hasta volver –o no- a adormecerme una hora escasa y visitada por sueños desapacibles. Así una semana y otra y otra más de tenacidad o de cabezonería: siempre me propongo conseguir lo que considero necesario o beneficioso para mi equilibrio emocional.
Ayer dormí –por fin- de un tirón siete horas y sin malos sueños. Como con el Orfidal…pero sin él. Me ha costado un mes largo, pero ¡prueba superada!
Más me costó “desengancharme” de un amor tóxico que me tuvo llorando por los rincones durante meses… hace ya unos cuantos años. Más me ha costado “quitarme” de una relación de amistad que tenía bien empotrada en el corazón y que me ha perseguido en forma de pesadilla durante casi doce meses.
Supongo que de esta manera me voy entrenando para gestionar cualquier realidad que no coincida con mis esquemas. Así me demuestro a mí misma que “si quiero, puedo”, que los retos sólo son imposibles si no me decido a afrontarlos y que me viene bien ir preparándome para todas y cada una de las circunstancias poco favorables que la vida y las gentes me seguirán poniendo en el camino.
También he sabido –porque me lo han explicado bien- que los trastornos del sueño se producen por desequilibrios, la mayoría de las veces, emocionales. El sufrimiento y la angustia por la enfermedad de mi perro me desequilibraron, al igual que me dejaría tocada del ala cualquier incidencia negativa que les ocurriera a mis seres queridos.
Aceptar lo que la vida nos pone delante y no puede ser cambiado, ayuda a dormir bien. Luchar por lo que creemos puede modificarse también produce tranquilidad de espíritu. Supongo que si algún día aprendo a diferenciar lo uno de lo otro nunca más volveré a necesitar tomar ni Orfidal ni nada que se le parezca.
Felices los felices.
LaAlquimista
https://www.facebook.com/laalquimistaapartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com