Fue la Asamblea General de las Naciones Unidas quien en 1999 instauró el día de hoy como “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, conmemorando el terrible asesinato de las Hermanas Miraval el año 1960 en República Dominicana a instancias del dictador Leónidas Trujillo.
¡Qué lejos y qué cerca todavía se siente esa violencia!
En la puerta de al lado cuando se escuchan gritos de peleas domésticas en las que ni se nos ocurre intervenir, como en países lejanos cuyas atrocidades contra la mujer –y contra todo ser humano viviente- nos acompañan en una continua catarata de información a la hora del telediario.
No hay manera de inhibirse moralmente de lo que está ocurriendo; ni sirve ya de nada el discurso huero de quienes intentan sofocar la protesta nada silenciosa con argumentos peregrinos o políticamente correctos…para una parte de la sociedad que prefiere ponerse una venda en los ojos durante un rato cada día para no ver lo que tendrían que condenar si lo vieran.
¡Ojalá no existiera la violencia de ningún tipo en este mundo! Pero el hombre, el ser humano, la lleva incorporada en su esencia, TODOS tenemos la capacidad de expresarnos de manera violenta –sobre todo cuando la adrenalina actúa en sobredosis y esa misma violencia que daña y perjudica a los otros es la que también salvó al australopitecus de extinguirse. Parece que es un mal necesario para la supervivencia de la especie.
Sin embargo, la violencia también lo es de manera gratuita. Allí donde podría utilizarse el diálogo, la comprensión, la escucha y la empatía, nuestra sociedad “bienpensante” instauró en aras de una corriente religiosa (pre)dominante la costumbre socialmente aceptada de utilizar la violencia en el ámbito doméstico o educacional.
A mí me dieron lo que no está escrito. Utilizaron contra mí la violencia para intentar dominar mi carácter o castigar mis salidas de tono en la infancia y la adolescencia. Fueron aquellas bofetadas, aquellos golpes, arañazos, tirones de pelo, empujones y “sordabirones” de los que nos quejábamos luego jugando en la plaza con los de nuestra edad. A algunos de mis amigos les arreaba su padre con el cinturón. A otros, la madre los castigaba dándoles con el palo de la escoba (los zapatillazos eran anécdotas inocentes) en mitad de la espalda.
Tuve un novio a los treinta y tantos (después de mi primer divorcio) que me pateó la cabeza y me dejó en coma durante varios días con traumatismo craneoencefálico y conmoción cerebral. Le denuncié, pero aquello se diluyó en un marasmo burocrático-administrativo. Ahí sigue –o debe de seguir- con la familia que fundó al tiempo y cuando me acuerdo de él tan solo pienso en la mujer con la que se casó y en qué vida le habrá dado ya que era un hombre violento en su propia esencia. Quizás lo fuera porque a su vez fue vejado y apaleado por su propio padre cuando era un niño, vaya usted a saber a estas alturas de la película de dónde le viene a cada uno esa necesidad de hacer daño a los demás…siempre que sea lo más impune posible esa agresión.
Quienes ejercen la violencia lo hacen siempre contra alguien más débil y vulnerable –a ver si no- y en ese juego cruento las mujeres llevamos todas las de perder. ¡Se iban a haber atrevido conmigo si yo hubiera medido 1,80 y pesado 90 kgs.!
Me he despistado de lo que quería decir, estos recuerdos enterrados me dejan un poco tocada del ala cuando los saco a pasear creyendo que ya no tienen moho…
Tan solo puedo aportar mi granito de arena no ejerciendo la violencia contra nadie, aguantándome las ganas cuando me siento provocada o agredida y por eso quiero pedirle a la gente –hombres y mujeres- que no levanten la mano a sus hijos, que no le den una bofetada a su pareja, que no abusen de la situación de indefensión o vulnerabilidad de una persona débil o anciana. Que miren dentro de su conciencia ANTES de hacerlo y que no tengan que arrepentirse o avergonzarse DESPUÉS.
Las guerras y las masacres no son a fin de cuentas más que la expresión máxima y descontrolada de la pequeña violencia de andar por casa que los violentos aprendieron a considerar como algo normal.
Me revientan estas conmemoraciones, estos “Días de…”, pero es algo que nos atañe a todos. No miremos para otro lado, por favor.
Felices los felices, a pesar de todo.
LaAlquimista
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** Ilustración de Pandora