Otro año más y un año menos en el cómputo total. Se acercan las uvas y nos quedamos pensativos (algunos) o filosóficos (los menos) dedicándole unos segundos a la inanidad de la vida o a lo emocionante que es vivir, según se tengan más o menos lustros contabilizados.
Me gusta pasar de un año a otro echando la vista atrás, pasando una fugaz revista a mis pequeños logros o no tan pequeños errores. Quiero ver si he mejorado algo o si me he pasado el año tirada en el sofá (imaginario) con una mantita (imaginaria también).
No se trata de echar cuentas de quién se ha ido de la propia vida ni de los tropezones que no se han podido evitar; tampoco vale la pena enumerar viajes ni amores, porque todos pasan y no quedan más que los recuerdos fotográficos en la cámara del móvil o algún que otro latido desacompasado en el corazón.
Lo que vale la pena de verdad –en mi opinión, siempre desde lo personal- es comparar el “Debe” y el “Haber” emocional y ver si nos “cuadran los números”. Simplificando: comprobar en lo íntimo y silencioso de nuestro “cuarto interior” si hemos sido capaces de mejorar un poquito como personas y, como consecuencia lógica y esperada, ser un poco más felices. O sentirnos más a gusto con nosotros mismos, que viene a ser casi lo mismo.
Este año 2019 que se termina dentro de muy pocos días nos ha ofrecido trescientas sesenta y cinco oportunidades para trabajar en lo que para nosotros vale realmente la pena. Para unos puede que haya sido seguir pagando una hipoteca, para otros abandonar las filas del paro o recuperar la tranquilidad que emana de una cuenta corriente sin sobresaltos.
Para otros, los que no han tenido problemas de dinero, puede que la pelea haya sido con la salud y los quiebros y requiebros que nos da a partir de cierta edad. No es poco sabernos vencedores de esas personales batallas.
El amor perdido o hallado de nuevo, los abrazos y las sonrisas, el cariño de los nuestros y la complicidad con los amigos son trabajos cotidianos que van a sumar –o a restar- en las cuentas finales. Ahí es donde deberíamos ser muy cuidadosos y, si hallamos una descompensación entre lo perdido y lo ganado, tomar buena nota para reequilibrar la balanza. Aunque, pensándolo bien, hay pérdidas emocionales que acaban sumando en nuestra experiencia, todo tiene su sentido y razón de ser.
Me gusta acabar el año oficial reflexionando sobre si tengo muchas o pocas ganas de afrontar el nuevo año que se presenta. Si todavía me quedan ilusiones, la cosa va bien.
El resto, ya lo iremos gestionando según vaya viniendo; menuda pérdida de energía anticiparse a situaciones negativas o imaginar hipótesis sin esperanza…
Y si consigo mantener la paz en mi corazón un año más, -y el colesterol en su sitio- ya me doy por satisfecha con todo ese beneficio.
Felices los felices.
LaAlquimista
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