Es pleno invierno y desde por la mañana hay un viento del sur que despista a quienes viven pendientes del calendario y el reloj. Debería hacer frío, es treinta y uno de enero en el hemisferio norte y hoy es un día muy especial para mí.

Me peleo desde que abro los ojos con un sentimiento de tristeza al que invito a que se marche y me deje en paz. Sé perfectamente que puedo todavía hacer mi pequeña alquimia de andar por casa y transformar esa telaraña gris en un hilo dorado que borde una cursi flor que dé otro aroma a esta solitaria mañana de viernes.

Porque hoy voy a ser feliz para que tú, hija mía, lo seas también celebrando el día de tu cumpleaños. Y es que no quiero hacerte el regalo de mi nostalgia cuando lo que más agradeces es el calor del amor.

Nos hemos acostumbrado a celebrar las efemérides en la distancia: aniversarios, navidades y alguna que otra gran alegría se repiten con la inmutabilidad indiferente del calendario. Demasiado nos quejamos quienes tenemos a nuestros hijos viviendo su vida en la distancia y siempre pienso que ellos, los hijos, también tienen su corazoncito y nos echan de menos, nos quieren por Skype y whatsapp, a su manera y como les permiten las circunstancias.

Por eso voy a hacer que hoy sea un día feliz para mí y que sepas, mi querida Xixili, que me uno a vuestra celebración de la mejor manera posible: desde el corazón y con el corazón.

Ayer mismo os vi, a tu pequeña hija y a ti, escuché las palabras, sentí los gestos, atesoré las sonrisas y me dormí con el ruidito quedo de los besos de despedida. Bendita tecnología que enlaza amores que están a 8.235 kms. (De nuevo la tecnología facilitando datos).

Hablamos de que pronto nos vamos a juntar la familia, que celebraremos de golpe todo lo que ha quedado pendiente en estos casi dieciocho meses en que no hemos podido abrazarnos. Te diremos, tu hermana y yo, que qué grande y hermosa está la niña y tú me dirás que estoy igual (de joven y guapa) que siempre aunque sea una mentirijilla que me gusta mucho escuchar.

Seguramente yo no habría elegido vivir tan lejos de vosotras, pero eso no me exime de respetar vuestra decisión. Y no me queda otra que alegrarme por todo lo que tengo en vez de condolerme por lo que creo que me falta. Porque estás feliz, sana, fuerte, luchadora y viviendo la vida tal y como has decidido vivirla, en libertad, sin que nadie te haya obligado a ir a otro país ni exista nadie que te impida fijar tu residencia allá donde lo decidas. Y si hay libertad… ¿qué más le podemos pedir a la existencia?

Ayer anduve envuelta en fotos viejas que van apareciendo en la casa de tu recién fallecida abuela. Fotos de tu infancia que sacó tu abuelo y que nunca me compartió, qué cosa más rara. Ahí te veo como eras de pequeña: una niña con mofletes, ojos sonrientes y esa expresión paciente que siempre te ha caracterizado… antes de empezar a protestar.

Me reí mucho, aquí tengo las fotos, te las paso por privado, enséñaselas a tu hijita, disfrutadlas juntas… Como disfrutáis de la vida con todas sus brillantes luces y sus inevitables sombras.

Feliz cumpleaños, hija mía, qué contenta estoy de que sigamos compartiendo el mismo techo que no es otro que el cielo que nos cobija.

Siente por un instante todo el amor que te brota del corazón cuando abrazas a tu pequeña hija: así te quiero yo a ti también.

Felices los felices y hoy especialmente, tú.

Amatxo.

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** “Madre e hija” Óleo sobre lienzo. (Cecilia Casado)

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