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Cecilia Casado

A partir de los 50

Sin perro que me ladre

Literal. Han pasado cinco meses desde que mi perrillo Elur se fue a la “estrellita cariñosa” a hacer compañía a mi padre, que no sé si se llevarán bien puesto que nunca fueron perros, ni gatos, ni mascota alguna del gusto de mi progenitor. Han pasado cinco meses y no son pocas las personas que me preguntan si no está entre mis proyectos volver a tener un animal de compañía. Y lo tengo muy, muy claro.

“Animal de compañía”, se dice, se entiende y así se habla. Y me resisto a estar de acuerdo. Y me explico.

Pertenezco a la raza humana y quiero compañía humana. De la misma manera que los animales, en su estado original, es decir, salvaje o no domesticado, no buscan -que yo sepa-  la compañía de otras especies que no sea la suya propia. Parece natural, qué duda cabe.

Lo que hemos hecho con los animales que se han dejado domesticar (perros, gatos y algún etcétera) ha sido “utilizarlos” para el propio interés y despojarlos de su naturaleza primigenia para adaptarlos a la nuestra, la humana, que poco tiene que ver con la de los cánidos o la de los felinos.

Vayamos por partes. “Animal de compañía” fue también hasta el siglo XIX el propio ser humano bajo su condición de esclavo. “Animal de carga”, también. Y hoy en día, todavía sigue sin poder huir de esa condición en algunas zonas del planeta gracias a los intereses desalmados de otros seres humanos.

Vayamos por partes. Llamar “animal de compañía” a un perro o a un gato está totalmente admitido e incluso propiciado por las reglas que ahora están en vigor en nuestra sociedad occidental. Y digo “occidental” porque en otras sociedades los perros y los gatos son exactamente lo mismo que para nosotros los corderitos, lechones, conejitos, pollos, patos y la lista completa de los animales que NOS COMEMOS. ¡Horror de los horrores pensar en comerte a un perro o a un gato! Bueno, cuestión de cultura.

 Ahora no tengo perro que me ladre, ni tengo intención de volverlo a tener. No soy tan egoísta ni necesito serlo porque todavía tengo la fuerza suficiente para trabajar y cuidar mis relaciones con seres de mi misma especie.

Otra cosa muy diferente son las personas que incluyen e integran en su grupo familiar humano a algún animal domesticado simplemente para hacerlo feliz y dando amor, recibir amor a cambio. Me parece magnífico siempre y cuando el animal sea adoptado y no comprado en una tienda.

Que así fue mi pobrecillo Elur, comprado en un criadero porque era guapo y tenía pedigree y “lucía mucho” y luego resultó que venía con taras genéticas irreversibles. Jamás de los jamases compraría yo a un ser vivo porque va en contra de mi manera de pensar, pero “mi” perrillo no era mío sino que era de mi madre y luego lo “heredé” en vida cuando ella se cansó de él. Pero esa es otra historia.

Y digo a quien me pregunta que NO, que no quiero tener un juguete en casa para volcar sobre él mis penas o mi cariño, que no deseo compañía animal sino humana, porque eso es “lo humano” y no quiero sacar los pies de mi tiesto. Que cuando sea mayor –mucho más mayor de lo que soy- igual sí; igual si algún día me siento muy muy sola adoptaré un perro de mediana edad que alegre mis últimos años y me obligue a salir a la calle tres veces al día para que no se me oxiden (más) las articulaciones. Puro egoísmo, lo reconozco, porque el amor a los animales creo que debe de partir de otros principios, estar hecho con otros mimbres.

A Elur lo acogí para salvarle la vida, no por necesidad. Cumplí mi promesa, hice todo lo que pude, compartí con él ocho años y a cambio recibí su amor incondicional, su cariño y su mirada agradecida, SIEMPRE. Cuando enfermó irreversiblemente no lo abandoné a su suerte: estuve con él hasta el final, el pasado mes de septiembre. Murió en mis brazos escuchando mi voz y mis palabras de amor: “perrito guapo, perrito guapo”.

Fue un ciclo en mi vida. Ahora empieza otro nuevo. El último, espero.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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