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Cecilia Casado

A partir de los 50

Momento suspendido

Cae la tarde sobre Yucatán. El calor del día se engancha en la estela de la luna llena y una brisa generosa se cuela entre los árboles del jardín. Aquí le llaman “patio” y es el lugar en el que se descansa o se comparten pensamientos cuando el ritmo cotidiano se ralentiza.

Mi nietecita está bajo el zapote, estirada sobre una estera, ojos en alto, asombro continuado, mientras la gata Hiru hace como que juega con ella a la vez que la vigila; creo que se siente protectora de la niña…

Bajo el porche yo también la miro levantando la vista del teclado del ordenador cada cinco segundos, ella en su mundo y yo en el mío, pero conscientes de que estamos compartiendo el espacio tranquilo anterior a la anochecida.

Las zarigüeyas están esperando entre la fronda de plantas tropicales, no son demasiado sociables. Los pequeños murciélagos comienzan a preparar su danza nocturna y los gatos no titulares de esta casa (Hiru y Luna) que saben que ellos también encontrarán su comida diaria nos observan desde lo alto de la tapia, temerosos de molestar y que se les hurte la pitanza vespertina.

Mi nieta ha agarrado ahora una escoba de guano e intenta subirse a ella reproduciendo el juego que tanto le emociona; supongo que ya se sabe una pequeña bruja o que podrá volar cuando sea un poquito más mayor. De momento, sus amorosos cuatro años le permiten rebozarse por el piso jugando a volar sobre la escoba, tropezando o golpeándose con las patas de la mesa desde la que, teóricamente, la vigilo aunque sospecho que es ella la que no deja de mirarme por el rabillo del ojo.

 

El mango y las palmeras bailan con un viento que ya no es del sur: esta noche no hará falta el ventilador y la sábana hasta el cuello será una agradecida bufanda para dormir. El calor de esta latitud se pega al ánimo además de a la piel y se transforma en una especie de pereza de la que una no se siente culpable. Estamos dentro del trópico, nadie espera que el ritmo vital sea disciplinado, ni tan siquiera que guarde las formas; aquí una se demora sin pena ni vergüenza en la contemplación del trozo de cielo que se vislumbra entre las grandes hojas de la heliconia.

Las ganas de un vivir pausado, mi vivir pausado, no hallan obstáculo ni freno, se deslizan como el agua de regar sobre el verde brillante de las plantas. No hay más razón de ser ni hacen falta otros motivos. El momento suspendido entre el cielo azul marino y mi nieta de rubio cabello es perfecto.

Aquí no hay televisor ni radio que moleste. La vida sigue su ritmo paralelo y es fácil decidir si es preciso preocuparse o dormir en paz. El mundo está alterado con resabios apocalípticos y yo pienso que lo estamos haciendo rematadamente mal.

Desde México con amor.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

 

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


marzo 2020
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