Sí, a pesar de que nos han dado la orden de confinarnos en nuestras casas, seguimos siendo libres. No sólo podemos salir a comprar alimentos, cuidar y visitar a nuestros familiares más vulnerables en sus hogares, pasear a los fieles compañeros de cuatro patas y disponer de todo aquello necesario para la supervivencia, sino que, en nuestra casa –que como dicen los ingleses, es nuestro castillo-, somos dueños y señores de hacer lo que nos venga en gana.
Esto se resume en cuatro palabras. Si estamos TODO EL SANTO DÍA pendientes de las noticias y la evolución de “la peste del 2020” a través de la televisión, la radio, las redes sociales y la interacción con nuestros cientos de amigos y conocidos de los grupos de whatsapp, no nos extrañemos si al cabo de los próximos días acabamos todos desarrollando diversas patologías de esas que se describen bajo los epígrafes de ansiedad, estrés, angustia vital, nerviosismo incontrolado, hipocondría, enfurruñamiento, malestar estomacal, fobias y, por no aburrir, las ganas de mandarlo todo a la mierda y tirar la toalla.
Seguimos siendo libres para protegernos de estos efectos colaterales del coronavirus. NADIE nos obliga a pasarnos las horas escudriñando estadísticas y mirando de soslayo la lista de fallecidos en las comunidades o países vecinos. No hay esposa, marido, compañero, hijos, padres o amigos que tengan el PODER de obligarnos a emplear nuestras horas de vida en nada que no queramos hacer.
Bien está cuidarnos, alimentarnos con el mayor fundamento posible –muchas cosas sanas, pocos alimentos procesados-, hacer el ejercicio mínimo indispensable –pasillo arriba, pasillo abajo- (los que se montan un gym y se apuntan a clases on-line de fitness, pues qué bien también) y dedicar unas horas al dolce far niente como si fuera un privilegio, un pequeño lujo y no una manera de llenar horas para vaciar vida.
Bien está –si se tienen niños- organizar actividades de acuerdo al gusto de cada uno para que no se vuelvan locos ellos y no vuelvan locos a sus padres y mejor está todavía mantener viva la red vecinal y social que nos conecta con los de al lado, los de enfrente y el que llevamos dentro.
La mañana del lunes –después de dormir trece horas por aquello del cansancio de mis huesos provectos y el jet lag insoslayable- sentí que me sentía libre, LIBRE, para hacer lo que quisiera. Así que decidí limpiar mi casa del polvo acumulado durante las tres semanas que ha estado abandonada (abro paréntesis para agradecer a mis vecinos que me han regado las plantas), abrir ventanas y que corriera mucho el aire y entrara el solecito. Le dí cuerda a la Rumba y saltó por las habitaciones recogiendo la porquería que a mí me da mucha pereza –y cansancio- quitar.
Hice inventario de los víveres con los que empezar la cuarentena estricta autoimpuesta y que gracias al cariño y generosidad de mis vecinas/amigas el domingo encontré en mi frigorífico y en la puerta de mi casa. No podía haber imaginado mejor alfombra roja de bienvenida. Gracias de corazón a María e Imanol, a Begoña y a Soledad. Y a quienes se han ofrecido a hacerme la compra o a realizar cualquier gestión que yo no pueda hacer desde mi casa. Gracias mil.
Me siento libre aunque sepa que no voy a pisar la calle en dos semanas. Amo profundamente la libertad de pensamiento, esa que permite al ser humano decidir qué caminos transitar para que la mente absorba las ideas y el conocimiento del que haya decidido dejarse impregnar. Ese libre albedrío –llamémosle mejor de esa manera- que se alimenta de la fuerza del espíritu que se niega a doblegarse, esa posibilidad real de ELEGIR qué pensar, qué sentir, cómo reflexionar.
Elijo el silencio contra las voces aulladoras que vienen de fuera de mi casa; decido en libertad callarlas, no las quiero en mí. Tan sencillo como no darle al botón de ningún “ON”. El domingo quise ver la entrevista de Jordi Évole al Papa de Roma. Me pareció humana, interesantísima, me levantó el ánimo y le aplaudí a él también después de haberlo hecho desde la ventana de la cocina a las ocho de la noche. Pero sentí un calambrazo cuando, a falta de cinco minutos de programa y en mitad de otra conexión con otro de “los grandes”, el Pepe Mujica uruguayo, dieron paso a la publicidad y asaltaron la pantalla y mi paz anuncios estridentes de coches que nadie podrá comprar –por lo menos en las próximas semanas-, el marketing ruidoso y de colores para vender lo que no estamos por la labor de apreciar en estos momentos y, en el comienzo de un cabreo incipiente, utilicé mi LIBERTAD y le di al botón del OFF. Se acabó. Ahí os quedáis. Yo no me trago cuarto y mitad de lo innecesario porque a vosotros os dé la gana.
La tarde de lunes se presentó tranquila. Tres libros para leer, dos lienzos para estrenar. Lo que me gusta poner en palabras escritas y mi música para bailar o soñar. (Creo que bailaré más que nunca por aquello de que es ejercicio físico y yo siempre he aprovechado que el Pisuerga pasara por Valladolid).
No voy a ponerme las pilas porque la vida está ahora en “modo avión”, pero si deseo hacer las cosas a mi manera y sin tener que justificarme ante nadie… PUEDO HACERLO. Porque sigo siendo libre. Faltaría más. (Y que no se me olvide las próximas semanas).
LaAlquimista
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