Leo por ahí –porque la televisión la tengo como el coche, sin batería a fuerza de no usarla- que el personal anda cabreado porque este año se queda sin vacaciones de Semana Santa. Y no únicamente el personal que trabaja (todavía) sino la mayoría –supongo que será una mayoría simple- de los ciudadanos de este país.

Dicen, comentan y argumentan que es una “faena” tener que renunciar a esos días de asueto, escapada, salida vacacional o respiro para el cansancio vital acumulado desde las últimas Navidades. Que es muy duro tener que ceder por Decreto Ley a la pérdida de la libertad individual de hacer lo que a uno le venga en gana; que no hay derecho que los que están sanos no puedan moverse a sus anchas por el mapa; que qué daño hace meterse en el coche e irse a la playa o a la montaña a esa segunda residencia que todos parecen tener y estar allí, tan ricamente, sin molestar a nadie. Dicen.

En estos tiempos que corren me resulta mucho más difícil dejar de juzgar que cuando “no pasaba nada”; no me da la paciencia para estar en “modo zen” todo el rato y menos después de enterarme de cosas como esta. Me parece de una indigencia intelectual supina querer esconder bajo la alfombra el polvo que ahora estamos todos respirando. Además de una insolidaridad elevada a la enésima potencia.

Y no sigo que me conozco y se me hincha la vena.

El caso es que, nos guste o nos disguste, estas vacaciones de Semana Santa las pasamos en casa… excepto que estemos en un hospital, y no creo que sea una alternativa deseada por nadie.

¿Por qué nos hemos adaptado mal que bien al confinamiento y ahora nos fastidia hacerlo porque llegan unos días pintados de rojo en el calendario? ¿Qué mecanismo se nos está oxidando en el cerebro que hace que se olvide cuál es el auténtico fondo de la cuestión y nos quedemos en la superficie del problema?

Todos teníamos planes para esta Semana Santa, unos más espectaculares, otros más de andar por casa. (En eso estamos, en “andar por casa” que es lo que no nos entra todavía en la cabeza…)

Una amiga que tiene vena chistosa decía ayer que no sabía de qué nos quejábamos por estar confinados en casa, si lo terrible hubiera sido que nos tuvieran confinados en la calle, sin poder entrar al domicilio habitual, ahí tirados, sin techo, sin comodidades, sin poder comer caliente ni ver Netflix… Nuestros ancestros milenarios seguro que estaban más felices calentitos en la cueva que a la intemperie helada intentando cazar un mamut o huyendo de él.

Somos privilegiados a pesar de todo. Con la despensa a rebosar, disfrutando de nuestros seres queridos o de la también querida independencia; con toda la tecnología trabajando a tope y sin colgarse. Apoyados por redes vecinales de colaboración ciudadana, envueltos en algodones para paliar la soledad cuando nos dé el cuarto de hora chungo…

¿Y ahora vamos a rabiar porque nos hemos quedado sin vacaciones de Semana Santa…? Mientras las podamos disfrutar en casa y no en un hospital o enfermos de cualquier cosa… con un canto en los dientes, vamos. Ya vendrán tiempos mejores, que decía el filósofo…

Por cierto y hablando de filósofos, mi “pequeña filosofía en zapatillas” se está quedando también sin batería. Soy humana defectuosa y con la obsolescencia mental programada; vamos, que a mí no me dan las neuronas para aceptar una pandemia universal con miles de muertos de la noche a la mañana, aunque sí soy capaz de entender que, en estos momentos, las vacaciones son estar vivos.

Felices los felices.

LaAlquimista

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