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Cecilia Casado

A partir de los 50

Picaresca, un bien común

No sé, me da que estoy haciendo el canelo en esto del confinamiento. Y me explico rapidito antes de que me lluevan andanadas de improperios virtuales, que andamos todos con la vena hinchada mirando con lupa lo que hace el vecino o convertidos muchos en una gestapo de balcón.

Cuando volví de México, allá cuando nació la primavera en el calendario, me tomé muy en serio lo de la cuarentena y me quedé en mi casita encerrada a cal y canto durante dos semanas. Los vecinos amigos dejaron en mi puerta alimentos básicos y frescos para que no me sintiera demasiado mal, así que racioné los mismos y me dispuse a esperar los síntomas (dolor de cabeza, fiebre, tos seca y falta de olfato) que me habían pronosticado por haber andado dando vueltas por aeropuertos, aviones y autobuses antes de llegar a casa.

En esas dos semanas no tosí, ni me dolió la cabeza ni tuve más síntoma que el dichoso jet lag producto de cambiar de continente y de huso horario. Así que iba tachando los días en el calendario de la cocina a la espera de poder cambiar cuarentena por confinamiento y salir a hacer la compra, que ya tenía ganas de ampliar la dieta.

Mientras llegaba la fecha de mi “liberación” me dediqué a mirar por las ventanas y a observar concienzudamente a los seres humanos que por la calle daban un poquillo de vida a mi encierro. El colmado de la esquina, la pescadería de la otra esquina, la panadería de en medio y lo de los periódicos de al lado recibían una afluencia de gente inaudita desde primera hora de la mañana. Formando colas como hormigas aplicadas, las personas mantenían cierta distancia de seguridad aunque charlaban entre sí –supongo que por conocerse del barrio.

Los coches iban y venían en reducido número, así como las motos y no encontraba –por lo menos durante la mañana- momentos de silencio como para pensar que la ciudad estuviera paralizada. Hacia el mediodía la afluencia de gente en la calle aumentaba de forma sorprendente, casi todos arrastrando un carro de la compra y con cara de afanarse en sus asuntos. Los paseantes de perros una y otra vez daban vueltas por el parque, iban y venían, los perrillos ya tirando de la correa para volver a casa…

Comprobé que se podía salir a la calle TODOS LOS DÍAS, para unos u otros menesteres: comprar la prensa, luego más tarde ir a por el pan, dejando espacio para la carne o el pescado y la compra más grande en otra tanda a la tarde o quizás para el día siguiente. La farmacia, a cualquier hora.

Sin problemas, sin agobios, sin sentirse enclaustrados ni desposeídos de la libertad de salir a la calle. Con restricciones, eso sí, pero para eso está la legendaria picaresca española…

Ya salí el otro día a hacer mi compra: no me quedaba nada fresco y ni siquiera un trozo de pan para mojar en las lentejas. Así que me dispuse a hacer una de esas larguísimas colas que veía desde la ventana y sufrir (porque para mí siempre ha sido una tortura hacer la cola en la caja para pagar) aguantando bajo el sol inclemente de las cinco de la tarde a que me dijeran que podía traspasar la puerta de mi tienda de siempre.

Llegué y había dos delante, así que en un visto y no visto me encontré dentro, un poco desorientada porque me esperaba la invasión de gente acaparando víveres que yo había (mal) supuesto desde mi ventana. La única que compró en cantidad fui yo misma; el resto, con calma, lo del día y poco más. Que si unas pechugas fileteadas, unos yogures, fresas y tomates y cervezas y patatas fritas. Yo miraba los cestillos –que no carros- ajenos y alucinaba en colores.

Luego, ya en casa, me di cuenta de la jugada. ¿Me voy a quedar en casa encerrada otros quince días hasta que vuelva a necesitar reponer víveres? Como cuando no tengo respuesta para mis preguntas no me da vergüenza preguntar, empecé a preguntar. Y me contestaron…

No se lo contéis a nadie –y menos a los municipales- pero esto tiene una coña que lo flipas. Ríete tú del Lazarillo de Tormes y su inocente picaresca…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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