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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vulnerables por decreto ley

Mis hijas son un poco pesaditas cuando se ponen a ello, pero en los tiempos que corren –de aprensión, miedo y neurosis generalizada por el coronavirus- se lo perdono porque quiero ver un reflejo de amor en su preocupación. Que si “prométeme que te vas a cuidar”, que si “que te traigan la compra a casa”, para remachar con el mantra imprescindible: “quédate en casa”. Y yo tranquila, demasiado incluso, porque siempre he superado con éxito los contratiempos de salud y además el último “trancazo” me lo agarré hace casi diez años.

Esgrimiendo éstas, mis razones, ellas no se daban por vencidas y dale erre que erre con sus buenas intenciones y aunque un poco pesada cantinela, hasta que ya me planté y les recordé que su buena genética precisamente les viene en herencia directamente DE MÍ y que a ver si me dejaban ya un poco en paz, que no es bueno para la psique que a uno le cuelen el miedo por la banda.

Hasta que la mayor -la que no usa eufemismos ni anestesia para decir las cosas- me lo soltó en mi cara misma: “Formas parte del grupo de alto riesgo sanitario, no lo olvides, amatxo”, y ahí me explotó el torpedo en la mismísima línea de flotación. Segundo y medio me duró la estupefacción ante tal aseveración y me quedé confusa, callada y compungida.

Sí, ya tengo cumplidos los sesenta y cinco y OFICIALMENTE pertenezco a ese inmenso grupo de personas que son vulnerables en grado prioritario a contagiarse por la Covid-19. No me había dado cuenta, no había querido verme a mí misma formando parte de un colectivo del que en la práctica –por mi buena situación de salud- me he sentido siempre excluida. Como se decía hace tiempo: “gasto menos en botica que un ciego en novelas”. (Aunque ya sé que ahora los invidentes pueden leer libros y hasta los blogs de Internet; que nadie se moleste.)

Así que no paro de darle vueltas. De repente he tomado conciencia a lo bestia de la edad que me habita, de esas seis décadas que tengo por detrás y que han desplazado en mi horizonte las dos o tres más que yo esperaba (y espero) tener por delante. Ahora me doy cuenta de por qué mis vecinos médicos me contactan cada semana y me preguntan si tengo algún síntoma recordándome que están ahí para lo que me haga falta. Y de paso también voy comprendiendo los motivos que mueven a amigas y amigos de mi misma “quinta” a llevar el confinamiento hasta sus últimas consecuencias no asomando la nariz más allá del marco de sus ventanas a la hora del aplauso.

Este parón en la vida cotidiana da para mucha observación y no poca reflexión y también para darnos cuenta de no pocas obviedades que, precisamente por serlo, las espantamos como si fueran moscas de verano.

Siempre había pensado (por la cuenta que me trae) que eso de la edad es un estado de ánimo o una actitud ante la vida, que una puede tener una edad provecta y un corazón de niña, que los sueños no envejecen, que la savia sigue siendo vida para el árbol que aún la tiene, que no importa lo que ponga en el DNI…

Touchée!

Me tranquilizo y acepto escuchar lo que otros han decidido que ahora yo soy, como un sambenito indigno, como una etiqueta desgastada y sin gracia. Pero una cosa os digo, hijas mías: cuando salgamos de ésta (sobre todo si YO salgo de ésta) me vais a tener que echar un “pegaso” detrás porque se me van a quedar pequeñas las alas para volar…incluso a mi provecta edad.

Felices los felices, a pesar de todo.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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