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Cecilia Casado

A partir de los 50

Haciendo la calle

El miedo al coronavirus ha dividido a la sociedad en dos grupos claramente diferenciados: los que están paralizados en sus casas y los que salen a comprar con ojos en la nuca por si les persigue algún funcionario de uniforme para ponerles una multa. Bien entendido que el primer grupo se subdivide entre los que tienen motivos más que sobrados para hacer cuarentena durante el tiempo que haga falta por padecer patologías susceptibles de dejar las defensas muy bajas y, por otro lado, los que rozan la hipocondría y ven el virus pegado a la barra de pan forrada en plástico, comprada online que les han dejado en la puerta.

Entre unos y otros anda la sociedad alterada e inmersa en un barullo mental de contradicciones y contraindicaciones. Ver la televisión o escuchar la radio es un acto de fe en estos días, así que me limito a la música que siempre ha amansado a las fieras (sobre todo a la fiera que llevamos por dentro en estos momentos)

Hace quince días hice una compra masiva y creo que tengo comida para ir tirando hasta el mes de julio o así. La idea era no tener que salir cada día –como hace la mayoría- a comprar el pan o pescado fresco –que aquí se toma por prescripción facultativa-, pero al cabo de la siguiente semana encerrada a cal y canto en el piso empecé a desarrollar los síntomas inequívocos de la ansiedad.

Nerviosismo a todas horas, insomnio, mal humor sin venir a cuento y esas taquicardias que te hacen sentarte en el sofá creyendo que son el prólogo del ataque al corazón. Sudores fríos e hiperventilación; ganas de vomitar y mareos: todo un cuadro. Todo eso sin contárselo a nadie en vivo y en directo porque no está el horno para estos bollos, que si dices que te duele la cabeza y te ahogas ni por teléfono va a querer nadie hablar contigo.

A ver; lo que me pasaba era lo mismo que les ocurre a millones de españoles: que no aguantaba más.

Así que decidí cocinar una porrusalda que es algo que me gusta mucho y me levanta el ánimo.

https://www.hogarmania.com/cocina/recetas/ensaladas-verduras/porrusalda-3182.html

El lunes salí a comprar los puerros y me acerqué al mercado del centro de la ciudad donde las casheras de los alrededores siguen vendiendo su producto fresco de la huerta. En el camino de ida y vuelta respiré el aire limpio de la mañana como si estuviera en lo alto de una montaña de las nuestras.

El martes fui a por las patatas al súper del barrio de al lado que las traen de Galicia, riquísimas, de esa variedad que ellos llaman “pataca” y que tienen la cantidad justa de almidón para dar un toque untuoso a todos los guisos. Como compré una red de cinco kilos me llevé el carrito para mi comodidad y ya de paso comprobé lo bonitos que están los árboles esta primavera, llenos de pájaros y limpios los jardines de toda la papelería y porquería habitual.

Las zanahorias cayeron el miércoles, que las tenía encargadas a una tienda ecológica del otro lado del río, que las traen con sus hojas verdes, tan tiernas, que hasta las puedes comer en ensalada. El río, qué bonito estaba con la marea alta, bien crecido y lleno de patos y gaviotas que me fueron alegrando el ojillo durante todo el recorrido. (No me paré a sacar fotos por no provocar a los de los balcones que seguro que me hubieran chillado o tirado fruta podrida)

El jueves tuve que volver a salir porque las cebollas que me quedaban estaban bastante chuchurrías y no era cosa de incluir ingredientes que no fueran de total y absoluta calidad, así que, para no dar demasiadas vueltas, decidí bajar al colmado de la esquina donde, ahí metí la pata, tuve que estar cuarenta y cinco minutos, CUARENTA Y CINCO, esperando de pie para poder superar el goteo de clientes admitidos.

Total; que por fin el viernes pude hacer mi riquísima porrusalda que me ha dado tantas satisfacciones de salud estos días. He hecho la calle de una manera tonta, ya lo sé, pero se me ha quitado por completo la ansiedad y ya duermo mucho mejor.

La semana próxima, pisto.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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