Después de dos meses encerrados en casa con nosotros mismos y quien haya por ahí llega un momento en que se nos va yendo la pinza de una manera tan sibilina que casi no nos damos ni cuenta. Después de semanas hablando por teléfono y por los codos con familiares o amigos a los que antes contactábamos lo justo y necesario para que no nos llamaran raritos o rancios y aplaudiendo a las ocho para sentarnos a cenar con la satisfacción del deber cumplido, ha llegado el momento de la verdad.
De la única verdad que estaba esperando todo el mundo cruzando los dedos.
¿Que se inventara por fin la vacuna contra la COVID-19 o bajara a mínimos la cifra de fallecidos o contagiados…? NO. Nada de eso. La única verdad es que estábamos nerviosos y expectantes al sonido de la campana que nos abriera las puertas del recreo para salir a las calles en incontrolada desbandada.
De repente todo el mundo hace deporte, pegando carreritas “a lo Mariano” por paseos y calles –incluso alguno con la etiqueta de la ropa deportiva colgando-, engrasando la bici que dormía en el trastero, pegándose el madrugón de su vida para poder aprovechar la franja horaria de salida “al patio”; como en las cárceles, más o menos. “Carreras después del encierro” –rezaba un titular que nos hizo reir a todos por su alusión a los sanfermines que este año no se celebrarán.
Todavía no he sido capaz de salir a tomar el aire y aliviar mis articulaciones con el ordeno y mando. De seis a diez de la mañana suelo estar en la cama o desayunando tranquilamente pensando en cómo afrontar un nuevo día de encierro sin perecer en el intento. De ocho de la tarde a once de la noche, abatida sin remedio tras una jornada “anormal”- me aposento en el sofá de la sala con mi libro o serie favorita. Entre unas y otras horas, hago lo que puedo para no caer en el pozo donde se pelean el cabreo, la decepción y la amargura.
Qué le voy a hacer; todavía me quedan dos dedos de frente. Dos dedos de frente para no “desenfocar” el auténtico problema que es sanitario y nada más que sanitario. Una pandemia no se soluciona con componendas políticas ni apaños entre “mejores enemigos” discutiendo a dos metros de distancia (con o sin mascarilla). De repente me doy cuenta de que la gente ya sólo habla de ir a la pelu, de que abran las tiendas para comprarse algo y la controversia sobre si los bares con o sin terraza. Los bares. Genio y figura hasta la sepultura, qué paisanaje tenemos por aquí…
Quiero que mis dos dedos de frente sigan en su sitio y que no se oculten bajo el flequillo de la inepcia a la que nos están empujando nuestros “amados líderes” dándonos pescaditos como a las focas en el circo/zoo cuando se acomodan los saltitos al son de la música.
Quiero preservar mis dos dedos de frente y no equivocarme dando por buenos los mantras que me obligan a repetir sin reflexionar sobre qué hay verdaderamente detrás de esas consignas. Curiosamente, quien expande el caos suele ser casi siempre el mismo que intenta erigirse en líder de su contención. Un viejo truco del no menos viejo (y siempre actual) Nicolás Maquiavelo, padre honorífico de la ciencia política moderna.
Vamos a cambiar de tercio que esto se pone muy tenso. (Escuchemos el pasodoble “España cañí”.)
Pues eso; que ya he pillado hora para la peluquería y recortarme las puntas que se me desparramaba la melena; el viernes retomé las clases de pintura, la interina viene esta semana a quitar las telarañas que yo he sido incapaz de desahuciar e iré a mi librería preferida a gastarme mi extra mensual acumulado, que encima de estar enclaustrada no vaya a ser que pierda el gusto por lo que me hace feliz.
Aplaudir a las ocho, más bien poco tirando a muy poco: la gente ha comenzado a pensar -con sus dos dedos de frente- que ya no sabe a quién está aplaudiendo y ante la duda muchos se abstienen.
Y lo de las reuniones en casa de familiares o amigos (hasta 10, qué boutade) siempre que sean en el mismo municipio… todo un puntazo modelo guantazo. Habrán pensado los de la boina a rosca que, total, hay mucha gente que no tiene familiares ni amigos o a la que no le gusta invitar a nadie a su casa…
Me pregunto dónde están los dos dedos de frente de quienes le han hecho un corte de mangas legal al B.O.E. dejándonos a la mayoría con dos palmos de narices y mucha rabia a flor de piel. Que manden luego las papeletas de voto por correo -ya que no fueron capaces de mandar mascarillas- regodeándose una vez más en las contradicciones con las que el pueblo , al que le han callado la voz pero le van a pedir el voto, tiene que lidiar.
**Un apunte: Felicidades Cristina, mi buena amiga. Por ti y para ti hoy voy a sonreir todo el día.
Felices los felices.
LaAlquimista
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