“Todos van a su bola menos yo que voy a la mía”.-

Este amago de aforismo se lo escuché varias veces a Rosamari, una “mujer salvaje” con la que coincidí en diversos eventos en aquel tiempo en el que aún había eventos. Yo me reía de su gracieta porque la soltaba con mucho salero y desparpajo, pero yendo un poco más allá de lo superficial, enseguida encontré el meollo duro como hueso de aguacate.

Lo de “ir cada uno a su bola” es más o menos el manifiesto actualizado del “pasar de todo” de los años 80 que tanto me echaban en cara mis padres, pero supongo que no son más que fórmulas de moda para expresar una verdad de los tiempos de las cavernas, que no es otra que levantar el puño a favor de la regla gramatical de los pronombres en primera persona: “yo, mí, me, conmigo”. O el menos académico pero que se entiende de cine: “yo a lo mío y el que venga atrás, que arree”. Recuerdo también el famoso: “no es mi problema”, frase que silbaba como flechas indias y que adoptó todo aquel que quería que la porquería común le salpicara únicamente al de al lado.

Henos aquí y ahora en el comienzo de otros nuevos “famosos años 20”, que acarrean todo lo peor del pasado, las pocas esperanzas en un futuro mejor y un presente virulento –y no es una licencia poética el adjetivo. Un presente, una actualidad trufada de traiciones, desencanto, decepciones, mentiras, engaños, puñaladas por la espalda –en lo político- y virus desatados. Un presente lleno de hambre, guerra y muerte, (sigue habiendo guerras más allá de las sanitarias contra la COVID-19) que nos obliga a constatar que ya tenemos entre nosotros a tres de los cuatro jinetes del Apocalipsis. El cuarto jinete, el que monta al caballo blanco… ¿será todavía portador de alguna esperanza?

Reflexiono echando la vista atrás sobre la educación que intenté dar a mis hijas, conjugando todos los verbos que hablaban de principios éticos, añadiendo los complementos directos de la generosidad, respeto y amor a todo ser vivo además de otros complementos indirectos que señalan hacia la solidaridad, la empatía y la compasión con el que sufre. Los circunstanciales siempre van a estar ahí, qué duda cabe. Como pronombres personales les hablé del tú y el nosotros, de cómo tiene mucho más sentido la vida y cualquier discurso cuando unimos muchos singulares para alcanzar un plural beneficioso para todos.

Les enseñé mucho más de lo que me habían enseñado a mí porque tuve la oportunidad de formarme, aprender y saciar mi curiosidad leyendo y viajando para buscar ciertas verdades históricas que nos habían sido ocultadas y despreciar, por manipuladas y mendaces, otras “verdades” infumables.

Pero jamás vieron que yo “fuera a mi bola” y si alguna vez lo hice y me pillaron en el flagrante delito de no hacer lo que les decía a ellas que había que hacer, es decir, de no predicar con el ejemplo… ¡hay que ver cómo saltaban y me recriminaban! Hicieron bien. Ellas están haciendo las cosas mucho mejor que yo, creo que es su obligación y mi orgullo a la vez.

Lo de “ir cada uno a su bola” creo –muy a mi pesar- que es algo que se está convirtiendo en dogma/norma general y ha dejado de ser patrimonio de la juventud o la característica de muchas personas adultas-mayores que han vivido mucho, sufrido demasiado y tenido que hacer guardia en las peores garitas del mundo.

Quizás aún no sea demasiado tarde para darle un buen viraje al timón y rectificar el rumbo. Sobre todo cuando éste va camino del agujero que todo lo engulle. A tiempo estamos, creo en ello. Y ahora más que nunca.

Felices los felices.

LaAlquimista

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