Abrazo Num. 1.- (Bocas en diferente dirección) El abrazo es el signo de confraternización universal por excelencia. La humanidad se ha abrazado antes de inventar el lenguaje que sustituyó de alguna manera al contacto físico. Ha habido –y sigue habiendo- culturas que demonizan este contacto por considerarlo una intromisión inaceptable en la esencia individual. Es triste comprobarlo desde la óptica nuestra, la occidental, pero hay que respetarlo desde la suya, la oriental.
Lo que ocurre ahora es que parece que está prohibido abrazarse, que hay un “decreto-ley” que sobrevuela vestido con la capa del fantasma del miedo por encima de nuestras cabezas. Que lo he visto con mis propios ojos, que he visto a unas personas mayores rechazando el abrazo impulsivo de unas criaturas (supuestamente sus nietos) al grito de: “¡No, abrazos, no, que no se puede ahora!” y me imagino el trauma de esos niños, háblales tú a ellos de virus y neurosis; y no digamos ya esos pobres adolescentes que tienen miedo a volverse a tocar o los amantes que intuyen que su amor sin abrazos se irá por el desagüe… Imagino la tristeza infinita de un anciano al que justo le tocan con guantes y tiene que adivinar una eventual sonrisa escondida detrás de una mascarilla.
Abrazo Num. 2.- (Sin juntar salivillas) Me niego; simplemente, me niego. No tengo inconveniente en ponerme una mascarilla recubierta de un casco de moto si es menester, pero el abrazo, el ABRAZO, no me lo quites que me matas; o que me muero.
Sentir la piel, sentir otro corazón latiendo contra el tuyo; sentir el olor humano, el aroma de la amistad, el calor compartido entre quienes bien se quieren y mejor saben comprenderse. A mí llamadme insensata si queréis, pero no va a aparecer por la puerta una hija mía sin que la estruje hasta crujirla de amor. ¡Faltaría más!
Y me pregunto qué haría yo, en estos momentos de paranoias virulentas en los que la gente sigue teniendo un miedo pavoroso a tocarse, si estuviera enamorada (que cosas más raras se han visto en mujeres de mi edad y condición) y se me pasara por la mente la peregrina idea de renunciar por miedo –que no precaución- al ritual gratificante de la piel. No sé yo si dejaría de correr el riesgo porque más duro sería perder un amor que vivifica o peor el remedio que la enfermedad.
Abrazo Num. 3 (Mirando al frente) Me han contado y he leído de parejas que han renunciado al sexo de común acuerdo durante el confinamiento; me refiero a parejas que viven juntas y que duermen juntas. No sé yo, de verdad, si la mente acepta sin rebelarse giros tan violentos en las relaciones amoroso-sexuales. Al final, el miedo bloqueará las ganas, qué duda cabe, la libido quedará confinada en una cuarentena difícilmente reversible que dudo pueda volver alguna vez a una “nueva normalidad”, y cuando acabe el miedo seguramente las ganas se hayan ido por ahí con viento fresco, a respirar otros aires más favorecedores.
Yo no puedo vivir sin abrazos, lo sé porque me conozco. Una cosa es haberme tenido que privar durante un par de meses –que dietas más difíciles hemos hecho-, pero ahora hay que recobrarlos, reencontrarse con ellos con mucho más gusto, con más emoción y disfrute.
Abrazo Num. 4 (Full contact) Mis amigas y amigos ya saben que conmigo no van las tonterías: o somos o no somos. Y si tienes miedo de estar conmigo (de estar con cualquiera) piensa que hay cosas que, si se pierden, ya no se recuperan jamás.
Mi viejo coche rojo se ha quedado sin baterías por haberlo tenido inactivo durante casi tres meses. Tuvieron que darle una recarga a lo bestia para poder arrancar y llevarlo al taller para ponerle una batería nueva. Los humanos no tenemos más posibilidad que “recargarnos a nosotros mismos”, compartiendo la buena energía. No hay “baterías de repuesto” para las cosas de los sentimientos; que no se nos olvide.
Sé prudente, pero no repelente.
Felices los felices.
LaAlquimista
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