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Cecilia Casado

A partir de los 50

Madres en el banquillo

 

El tonillo irónico festivo con el que mis hijas me regalan de vez en cuando el topicazo de “madre no hay más que una” me suele poner de los pelos; obviamente no me ensalzan por mis virtudes sino que se congratulan de la ‘unicidad’ de la que les ha tocado en suerte. En estos casos me suelo agarrar –como a un clavo ardiendo- a la teoría filosófico-espiritual que dice que elegimos a nuestros padres, que venimos a este mundo a aprender para mejorar en nuestra próxima reencarnación o cualquier excusa que “me” justifique.

Pero no cuela. Mis hijas –cuánto las quiero- tienen un ojo agudo y perspicaz para verme tal y como soy: adornando mi grandeza con todas mis miserias. Aquí no hay trampa ni cartón, una madre no tiene la más mínima posibilidad de falsear, ocultar o hacer pequeñas trampas con lo que es como persona humana y como mujer. No hay maquillaje ni artificio capaz de engañar a un hijo.

Nos conocen desde siempre, desde antes incluso de nacer, han percibido nuestros latidos y los gritos al parir, el llanto emocionado y las penas acumuladas. Nos han escuchado hablar en susurros las más bellas palabras de amor y han bebido la leche y las lágrimas de las que ahora están ellos formados. No hay engaño posible. Ellos saben.

Por eso, porque nos conocen profundamente, saben de nuestras debilidades y, a veces, meten el dedo en ellas; porque ‘pueden’, a veces, se aprovechan de ese amor que saben incombustible; y cuando quieren –tan sólo cuando quieren- te miran a los ojos y te dicen ‘ama, eres la mejor’.

Y una se emociona –cómo no hacerlo- a pesar de saber que precisamente, “madre no hay más que una.”

Hoy rompo una lanza y escribo mis letras –y si fuera la hora adecuada levantaría mi copa- por nosotras, las mujeres que habiendo pasado el ecuador de la vida seguimos queriendo a nuestros “niños” como si tuvieran el mismo candor de loa primeros años de vida cuando lo éramos TODO para ellas y ellos, como si reviviéramos aquel tiempo maravilloso en el que veían por nuestros ojos, suspiraban por nuestros labios y la vida no iba mucho más allá de su pequeña manita agarrada a la nuestra.

Lo más difícil de la maternidad –y esto es opinión personal- consiste en seguir amando a esas criaturas “como el primer día” cuando ellas ya “hacen su vida”, olvidadas de nosotras excepto cuando tienen problemas, volcadas en sus afanes, sus trabajos, sus amores y sus penas.

Las madres nos quedamos entonces en el banquillo, a la espera de que nos necesiten para lo que sea y saltar entonces al campo con la misma agilidad, dedicación y amor que si fuéramos las mejores jugadoras del equipo.

Ahí estamos y estaremos la mayoría de nosotras: jugando en el mismo equipo de nuestras hijas e hijos contra viento y marea. Aunque se pierdan partidos y haya lesiones. Mis hijas ya lo saben porque se lo he dicho mil veces: yo juego en vuestro equipo”. Aunque sea como “extremo izquierda de reserva en el banquillo”.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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