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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ni hablando nos entendemos

**”La construcción de la torre de Babel”. (Brueghel “El viejo” 1563)

Uno de los aprendizajes más difíciles que he tenido que hacer a lo largo de la vida ha sido aprender a escuchar lo que me decían los demás hasta el final y no interrumpir terminando las frases porque “ya sabía” lo que iban a decir. Ha sido este un defecto insoslayable hasta como quien dice antes de ayer mismo. Podría decir en mi descargo que fue una “habilidad” aprendida a fuerza de padecerla durante toda mi infancia y juventud en el seno de una familia donde no se podía abrir la boca para expresar libremente la opinión personal.

Bien es cierto que la mayoría de los humanos somos bastante predecibles en esto del lenguaje, que las situaciones son conocidas y familiares por lo repetitivas y vulgares y que, finalmente, la ilación de los pensamientos y su expresión oral sigue cauces marcados por siglos de costumbre. Es decir, que copiamos lo que hemos visto “en casa”.

Así que cuando fui capaz de escuchar y meterme en silencio en el discurso del otro y esperar a que acabara de hablar para procesar su verbo y gestionarlo en mi mente y en mi corazón, descubrí –con harto horror y desasosiego- que a la mayoría de las personas les da exactamente igual lo que tú pienses en relación con lo que ellos cuentan y que, al final de su discurso, ni esperan ni quieren ni necesitan soportar el consiguiente derecho de réplica, ni mucho menos tu opinión sobre lo que te han relatado.

Se habla porque se siente que hay mucho por decir, pero con interés casi nulo en lo que pueda necesitar expresar el contrario. Que, como en aquellos tiempos de dictaduras dentro y fuera de casa, hay demasiadas personas que siguen hablando ex cathedra y les importa un ardite la opinión ajena. Vamos, que no hemos avanzado demasiado en esto de la comunicación. (No hay más que ver los ejemplos que nos brindan los medios de comunicación y las redes sociales)

Ahora que escucho más que hablo, me doy cuenta de lo mal que lo he estado haciendo durante tantos años; ahora que presto atención a las palabras ajenas sin distraerme con la lista de la compra soy perfectamente consciente de lo poco y mal que nos comunicamos los seres humanos, de cómo uno habla sin darse cuenta de que lo que cuenta al otro le puede traer absolutamente al pairo, que el verbo es personal y casi siempre intransferible y que lo que para uno es piedra angular de su existencia para el oyente puede quedarse en pura anécdota intranscendente.

Como cuando me preguntan por la ausencia de Elur y retomo el relato –tantas veces repetido- de que ya los ataques de epilepsia eran anormalmente repetitivos y por eso le liberé de su sufrimiento, ofreciéndole la eutanasia, enseguida me cuentan que su propio perro –o el de su hijo o el de su cuñada- tuvo gastroenteritis porque se comió una tarrina entera de helado de las grandes que encontró tirada en una cuneta. Como cuando cuentas –a quien crees que te escucha, a quien piensas que le interesa- que llevas una mala racha por los motivos que sean y te contesta algo así como: “bueno, pues nada, que sigas bien, ya nos veremos un día de estos…” y te quedas con una cara de póker inviable, que sabes que acabas de perder esa partida y que no quieres volver a jugar con esa persona.

Hablando no siempre se entiende la gente si uno habla y el otro no escucha; o cuando los dos hablan a la vez. O, lo más común, cuando cada uno suelta su discurso sin mostrar interés en el de la otra persona. Y ya el summum: cuando se supone que estás hablando con alguien y le suena el móvil a esa persona y contesta y se pone a hablar como si de repente te hubieras volatilizado en su presencia. Todo un arte.

Quizás por eso cada vez tengo menos ganas de ir por ahí contando cosas o, simplemente, charlando.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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