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Cecilia Casado

A partir de los 50

Un perro no es un juguete

Mi tiempo feliz compartido con un bichón maltés llamado Elur se truncó cuando mi buen compañero enfermó de gravedad de manera irreversible y acabó dormido en mis brazos gracias a la eutanasia que evita sufrimiento innecesario; ése es uno de los dudosos “privilegios” que tenemos frente a los animales, el de sufrir y sufrir hasta el último suspiro por imperativo legal o moral. Pero éste es otro tema.

No han sido pocas las voces que durante este año pandémico de crujir y rechinar de dientes me han sugerido que me hiciera con otro perro para paliar la soledad –no sé por qué suponen que para mí vivir sola sea un castigo- o para tener una excusa para pasearme tres veces al día por la calle si vuelve el temido confinamiento domiciliario.

Siempre digo que “lo que no es amor, es interés” y en este caso comenzaría la película con un interés puro y duro para, quizás, como en los matrimonios concertados ver surgir el amor con el tiempo, el roce y la buena voluntad. Yo me revuelvo ante esas voces y les digo que un perro no es un juguete, ni mucho menos el sustituto de una persona.

Tanto me indignan quienes utilizan a un animal para fines meramente egoístas (no vamos a hablar ahora de la industria alimentaria, la cinegética o cualquier forma de explotación animal por parte del hombre) como me ponen  los pelos como escarpias aquellos que demuestran más aprecio por un perro o cualquier animal que por un ser humano. Esos que vociferan proclamando que si tuvieran que elegir, lo tienen claro. Bueno, allá ellos y su discurso, no seré yo quien les haga los coros.

Cuando falleció Elur sentí un gran dolor en mi corazón. Nunca me había ocurrido antes, ni siquiera con la partida de mi padre que fue “mi primera muerte” cercana, ni con ninguna otra pérdida del manojo que me ha tocado afrontar con mi ya provecta edad. Igual fue porque mi peluchito de cuatro kilos siempre me miraba con ojos bonitos llenos de amor. Casi nada.

Ahora me resisto a meter en mi vida a un ser vivo únicamente para servirme de él como bastón o apoyo a mis malestares o para tener compañía. Siento en lo más profundo que debe ser algo recíproco, que quien tiene un perro tiene que quererlo tanto como para pensar en su bienestar –que es canis lupus y ancestral- y que no pasa por estar en un piso de ciudad, humanizado y atiborrado de comida de lata. Un perro necesita moverse con su brío natural, correr, saltar, aullar cuando le apetece y revolcarse allá donde le dicte su sabiduría canina.

Veo perros de ciudad como juguetes. Y, también como juguetes en manos de niños caprichosos, perros arrinconados en algún rincón porque sus “amos” ya no tienen ni ganas ni fuerza para darles aquello a lo que tienen completo derecho. Veo perros que no saben lo que es andar sueltos porque viven en un entorno urbanita cuyas leyes lo prohíben; perros con sobrepeso, enfermos, aburridos a los pies de sus dueños, esperando el momento de la siguiente comida o soñando con praderas lujuriosas en cuya hierba revolcarse. Perros a los que les limpian con toallitas cada vez que hacen sus necesidades, a los que les lavan las patitas para que no manchen la alfombra y, esto ya es indignante para mí, a los que se les pone un artilugio al cuello que les da descargas eléctricas cuando ladran.

Así que, para mí en estos momentos, no hay perro que valga. Porque si como seres humanos ya estamos constreñidos y con grandes limitaciones de movimiento no seré yo quien ponga a un peludo en riesgo de padecer ansiedad por no poder darle lo que su naturaleza, con todo su derecho, necesita.

El ser humano está lleno de contradicciones y…en mi casa a calderadas. Quiero decir con esto que amo a los animales, pero no MÁS que a las personas porque, a fin de cuentas, ellos, los animales, aman MÁS a los propios animales que a los seres humanos. ¡Qué terrible soberbia creer que un animal nos quiere a nosotros MÁS que a sí mismo! Si les dieran a elegir entre vivir libres con sus congéneres…ninguno querría ser compañero/juguete/esclavo de un humano. Su instinto les alejaría de nosotros…con toda la natural razón del mundo.

De momento, sigo prefiriendo la compañía de los seres humanos y no pienso sustituirla por la de ningún animal. Cuando podamos volver a estar todos juntos…ya se verá.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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