No voy a intentar –ni en sueños lo haría- competir con filósofos o sociólogos o gentes de mucho pensar que dedican su tiempo a escudriñar el comportamiento humano en sociedad, pero sí que me atrevo a poner mi granito de arena en esa montañita que se va haciendo cada vez más grande con la participación de personas que se preguntan –al igual que yo hago- cuáles son las causas de que el pensamiento crítico esté siendo sustituido por el malísimamente mal llamado “pensamiento único”.

¿Acaso no suena ese concepto a imposición, a globalización más allá de lo económico, a demolición sistemática de la mente pensante individual? Estoy leyendo bastante sobre el tema últimamente –artículos de opinión de diversos colores, reflexiones de mentes que se niegan a doblegarse, las últimas entrevistas que dio Bauman, tan lúcidas- y unido esto a una interesante conversación que sostuve con una amiga reflexiva la otra tarde, me lleva a (re)plantearme una vez más hasta qué punto nos estamos dejando manipular.

No puedo evitar acordarme –una vez más- de la famosa aseveración del insigne Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada” y me chirría una y otra vez la idea de que se está hurtando la posibilidad de un debate real entre pensamientos opuestos, que hay un “papá-estado” que grita por sus altavoces televisivos, radiofónicos y de las redes sociales las consignas que harán moverse al rebaño de españolitos sin criterio y al de españolistos que saben más que tú y que yo juntos.

Por ejemplo: ¿por qué escucho el discurso –que me reconforta- de los científicos que dicen que la vacuna contra la Covid-19 es la panacea y no puedo compararlo en un debate reflexivo con otros científicos que aseguran que es imposible garantizar resultados con tan poco tiempo de investigación “prueba/error”? No son negacionistas, sino mentes pensantes que quieren defender sus teorías sin imponerlas como “los otros” han impuesto las suyas. A ver, no nos confundamos, que me he vacunado porque confío (y el verbo confiar produce ruiditos en mi neuronas) en la inmunidad por mi bien propio y el bien colectivo, pero también soy perfectamente consciente de que detrás del catastrófico virus (no entro a valorar de dónde viene ni esas teorías conspiranoicas que algún día se sabrá fehacientemente si son verdades o falacias) está el grandísimo negocio de los laboratorios que venden las vacunas a los gobiernos ansiosos de distribuirlas para no perder votos en las próximas elecciones.

Quiero un debate serio; bueno, también quiero la paz mundial y que no se derritan los polos y que me salga un buen novio, pero mucho me temo que no nos van a dejar situarnos más que en uno de los dos extremos del cable del equilibrista: o asentimos sin informarnos o negamos la mayor sin argumentos.

El pensamiento único ahora mismo –alejado de Schopenhauer o de Marcuse- está a ras de suelo, bajo mínimos cualitativos, al nivel de cualquier mindundi que consiga espacio en los medios para decirnos a los demás –pobres mortales, habitantes de la caverna de Platón- que sabe (saben ellos) más que nosotros porque están por encima del vulgo en poder real, supuesta dignidad y amplio gobierno.

Y no discutimos por pereza, porque estamos en verano y ya nos hace sudar suficiente el solazo abrasador al que nos ofrecemos voluntariamente, pira comunitaria a la que se va por voluntad propia, para qué inquisidores si ya nos bastamos nosotros solos. Para asar los cuerpos al sol y las mentes al pensamiento ajeno. En fin. Vaya día tengo hoy.

Felices los felices.

LaAlquimista

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