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Cecilia Casado

A partir de los 50

El valor de las pequeñas cosas

Hablando con una amiga con la que tengo bastante en común, sobre todo por el afán viajero que compartimos, me decía:  “En estos tiempos sombríos lo único que me mueve es la ilusión de que llegue el mes de marzo y poder disfrutar de un viaje largo tiempo deseado.” Y yo asentía mirándole a los ojos –adónde vas a mirar con la mascarilla puesta-.

Mi amiga, yo misma y casi todo el mundo seguimos proyectando hacia el futuro mediante planes, proyectos, ilusiones y deseos; siempre lo por venir, lo que ansiamos que llegue, lo lejano a lo que creemos que nos vamos acercando día a día, paso a paso. Pero no pensamos en que en cualquier momento la vida pega un frenazo y salen por el aire todas las fichas del tablero. Y vuelta a la casilla de salida.

Las cosas no salen siempre como uno las ha planeado y la capacidad de aceptación de esa “nueva normalidad” será factor determinante para que no se nos desequilibre la salud mental que es, a fin de cuentas, la correa de transmisión que no debe romperse jamás.

Ayer llovía y vi la lluvia desde la ventana como si las nubes tuvieran alguna rabia por descargar; el viento zarandeaba los árboles sin ningún miramiento y me dio por sentirme agradecida de no tener que estar a la intemperie sino abrigada en el calor de mi hogar.

Escucho ruidos en la cocina y sonrío pensando en mi hija que prepara algo rico para confortarme. Ella “se ha pedido” desde hace semanas el papel de “cuidadora amorosa de madre inoperativa”. Vendrá enseguida a recolocarme los cojines y la manta eléctrica para que esté lo más cómoda posible. -¿Qué necesitas, ama,? –preguntará por enésima vez-; y yo le diré, -“seguir viva, hija mía, nada más”.

He borrado de mi agenda los planes para los próximos dos meses. Ya está anulado el viaje que iba a compartir con mi amiga, he dejado en suspenso las clases de pintura (a menos que me esfuerce por pintar de pie) y espantado de un manotazo los proyectos y propósitos que se hacen cuando se estrena el nuevo calendario a primeros de enero. Me tengo que centrar en lo que es vital para mí.

Las pequeñas cosas del día a día, que antes me pasaban casi inadvertidas, camufladas en ese totum revolutum que es la rutina convencional de una adulta mayor, toman un protagonismo inusitado. ¡Qué maravilla poder darme una larga ducha después de días sin poder tenerme en pie! ¡Qué gran placer recuperar las ganas de leer durante un par de horas sin que me baile la vista!

Hoy voy a salir a la calle. Un paseíto por el barrio. Con muleta en la derecha y brazo amoroso a la izquierda. A ver si llegamos hasta el parque y, en el colmo del placer, me quedan fuerzas para tomarnos un pintxito de tortilla en el bar de Oscar.

No sé qué pasará mañana, ni mucho menos pasado mañana. La semana que viene ya es ciencia ficción para mí. Pero ahora mismo he tomado un té aromático y reconfortante con dos rebanadas de pan tostado con aceite del rico. Qué poco y cuánto a la vez si me paro a pensarlo, si me detengo a disfrutarlo.

La perrita Gaia (mi nieta chihuahua), hace cabriolas queriendo subirse a la cama y cuando lo consiga me dará sus buenos días a la amorosa manera perruna.

Este parón forzoso me tiene que servir para “retroceder para poder avanzar”. Volver a poner en valor esas “pequeñas cosas” que forman los cimientos del bienestar y que, dormidos como estamos, hemos dejado de considerar. Y como decía Schopenhauer: “Quizás la felicidad no sea más que la ausencia de dolor”. Que no nos duela nada y que sigamos disfrutando de todas nuestras pequeñas cosas.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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