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Cecilia Casado

A partir de los 50

Doña Angustias y Don Agonías

Doña Angustias es esa mujer que tiene miedo de todo porque no se siente segura de sí misma y necesita siempre a su lado a alguien que le solucione los pequeños problemas del día a día y los grandes, cuando llegan. Don Agonías es ese hombre que todo lo ve problemático en su entorno y proyecta en gris marengo tirando a negro la película de su vida y la de los que le rodean. No suelen casarse entre sí porque los iguales se repelen según las leyes de interacción de los imanes, así que buscan compensar su exageradísima tendencia a mesarse los cabellos por casi todo con opuestos sobre quienes proyectar su vaguería –o cansancio- existencial.

¿No los has visto nunca pasar a tu lado? Son esas parejas sorpresivas en las que uno de ellos lleva luz en los ojos y  el otro ojeras de medio kilo; o una risa contagiosa que se tropieza con el semblante adusto, las ganas de hacer cosas contra el hastío del “todo me da igual…”  Ahí están, durmiendo en la misma cama, Doña Angustias y Don Feliciano o Don Agonías y Doña Allegra conformando una pareja que dice llevarse bien porque se equilibran entre sí.

Bien es cierto que “de puertas para adentro” cada pareja sabe dónde le pica para rascarse a gusto y que fuera de lo privado bien saben guardar las apariencias por aquello del “qué dirán”. Parece que se llevan bien cuando van juntos por el paseo, puede incluso que susciten cierta “envidieja” entre vecinos y conocidos, es un clásico guion bien pergeñado e interpretado.

A mí me ha tocado –a lo largo de los últimos treinta años- conocer y tratar a no pocos de estos especímenes humanos, si bien tengo que aclarar que con todos ellos he acabado como el rosario de la aurora, es decir, hartos ellos de mí y yo de ellos, en justa reciprocidad.

Últimamente, con esto de la pandemia que parecía venía de visita y que llegó para quedarse, algunas relaciones supuestamente bien avenidas han saltado por los aires, rompiéndose en tantos pedacitos que resulta impensable intentar reconstruirlas. Hay que imaginarse al 50% de la pareja muerto de miedo, sin querer relacionarse con nadie, sin apenas salir a la calle más que para lo mínimo imprescindible (un paseo solitario al solecito o sacar la basura ya de noche oscura), apartando a manotazos a amigos y familiares por miedo a contagiarse del virus; hay que visualizar a esa persona, digo, y a la otra –hombre o mujer- intentando sobrevivir a base de prudencia pero con las ganas de no querer caer en una depresión o vivir presa de la angustia como ve –con desesperación creciente- que le está ocurriendo a su pareja.

Siempre hay un fuerte y un débil, un comodón y el que arrima el hombro, un histérico y un tranquilo, uno que se levanta agradeciendo el sol que intuye en el horizonte frente a quien pasa su día cotidiano con las persianas mentales bajadas.

Quizás ellos no pueden cambiar porque no quieren cambiar –cualquiera sabe-, pero para prevenir el contagio hace falta únicamente “sana distancia” y “protección adecuada”. Y a buen entendedor…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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