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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ayudar a los que ayudan

Se acerca la primavera y nos pilla de nuevo con el paso cambiado, pero en vez de ser la revolución de las hormonas esta vez nos ataca un brote de solidaridad que surge de una empatía extraña, doliente, que pugna por abrirse paso de la mano de la culpabilidad del superviviente. Como quien pierde un avión que luego se estrella y tiene que vivir con ese “trauma” toda su vida.

Te acuestas con las imágenes cruentas que saltan de la televisión para prenderse como garrapatas al alma y te levantas con el impulso irreprimible de “hacer algo”, lo que sea, por ayudar a los que sufren mientras tú te rompes la cabeza sin saber qué poner el domingo para comer. Hace años, muchos años, cuando removió la conciencia occidental las imágenes del “hambre en Biafra”, aquellas criaturas esqueléticas, de ojos oscuros e inmensos que se utilizaban para espolear el trasvase de dinero de la propia cuenta corriente a las que aparecían por doquier como teloneras del boom de las onegés, no se podía cenar con la tele puesta porque se atragantaba la tortilla de patatas.

Luego se descubrieron las entretelas de algunas fundaciones, se tambaleó el espíritu de la filantropía pasando de la ausencia de ánimo de lucro al negocio encubierto para ayudar –no lo niego- al desfavorecido sin dejar de tener buenos resultados en los balances de fin de año. Aquellos escándalos –y otros modernos- han calado en la mente comunitaria que se escuda en la desconfianza para no ayudar, para no compartir lo que sobra (porque nos sobra, vaya que sí) con quien carece de lo básico para subsistir.

Igual lo que (nos) ocurre es que no sabemos bien cómo llevar a cabo esa pizca de generosidad que eleva su vocecilla desde una esquina del corazón; igual es que no nos fiamos o que da cierto pudor dárselas de solidario o empático en un momento en el que se alzan atronadoras las voces de siempre llamando hipócritas a quienes se estremecen ante la contemplación de la realidad.

En legítima defensa de mi salud mental me niego a seguir la guerra en vivo y en directo como si fuera un torneo de tenis que quieres que gane tu favorito; puedo protegerme del asedio informativo del que viven ahora mismo (y cómo viven) los medios de comunicación y sobre todo me alejo como de la peste (como de la Covid-19 que, por cierto sigue habitando entre nosotros) de esos “expertos” en política internacional que me quieren explicar hasta en la cola de la caja del colmado de la esquina quiénes son los buenos y quiénes los malos en el terrible conflicto que asola Ucrania.

Mi granito de arena: ayudar a los que ayudan. Arrimar el hombro –hablo obviamente de hacer una aportación económica- allí donde está siendo efectiva la ayuda. Si conoces a alguien que está “haciendo algo” por los refugiados, -por cualquier clase de refugiados-, echa una mano, ayuda, no te quedes pasivo escondiéndote detrás de la ignorancia o de la desconfianza. Piensa, aunque sea interesadamente, que esto puede ser un quid pro quo o lo que se llama “hoy por ti, mañana por mí”. No lo olvidemos.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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