Sigo rodeada de gente que está agobiada. Que si no tienen un minuto libre en todo el día, siempre de arriba abajo porque si no es una cosa es otra. El trabajo del que cada vez es más difícil desconectarse ya que mandan whatsapps a cualquier hora, incluso los fines de semana. La familia, pidiendo o exigiendo; los hijos adolescentes que van a su bola, los padres ancianos y sus reproches nada velados. La pareja, tan enfurruñada como uno mismo…
Soy más bien de escuchar. Si es cara a cara miro a los ojos de quien habla –aunque esa persona dirija su vista a un punto indeterminado por encima de mi cabeza-; si es por teléfono me suelen preguntar: ¿”Estás ahí? –y yo digo, “claro, escuchándote”. El monólogo de la queja, del lamento que no cesa. Cuando me toca el turno de hablar –si es que me dejan, si es que interesa lo que yo pueda opinar después de haberme “tragado” la perorata, siempre digo lo mismo: “Oye, quizás deberías hacer algo por ti mismo…”. (O para ti misma, que también se da el caso)
No sé de dónde sacan las ganas personas inteligentes (porque la inteligencia se les supone) para adoptar actitudes francamente idiotas. Que ya sé que suena un poco fuerte decir esto, pero me baso en el conocimiento empírico que no es otro que la propia experiencia de los errores cometidos.
Nos quejamos de descuidar la propia vida, lamentamos amargamente no tener un poquito más de libertad o no poder dedicar tiempo tranquilo a nosotros mismos. Ya. “Es lo que hay” –decimos poniendo cara de resignación cristiana (o de la otra).
Sin embargo, existen “carreteras secundarias” por las que transitar sin necesidad de estar siempre expuestos a la locura del ritmo de la vida cotidiana. Da igual estar en el mercado laboral o retirado de la actividad, en ambas situaciones seguimos con la malísima costumbre de no hacer casi nada por nosotros mismos porque no queremos sentirnos egoístas ya que se cae en una especie de chantaje emocional (subliminal o declarado) al que estamos demasiado acostumbrados.
Cada quien sabe dónde le aprieta el zapato y también deberíamos saber que la única manera de dejar de sentir esa opresión es quitándonoslo como lo hemos visto hacer en muchas películas: de un tirón y lanzándolos al aire.
En lo personal ya he aprendido –y lo mío me ha costado- a no aceptar más responsabilidades que las que buenamente puedo soportar. Ya no me importa no ser la “súper-woman” que se multiplica, que se ocupa de todos con la cabeza y el cuerpo hechos un torbellino de actividad. Un buen día me di cuenta de que estaba CANSADA de ocuparme de solucionar las pequeñas cosas DE LOS DEMÁS.
Y decidí hacer algo por y para mí misma.
Sigo en ello.
Felices los felices.
LaAlquimista
También puedes seguir la página de Facebook:
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com