Este palabro que se ha puesto malamente de moda viene del inglés “shrinkflation” (shrink = encoger e inflation = inflación) y es el truco del almendruco para combatir maquiavélicamente el aumento desaforado de los precios al consumo. En roman padalino: te doy menos por el mismo precio. Quien lleva la intendencia doméstica se ha dado cuenta hace ya varios meses cuando se observa que los rollos de papel higiénico abultan menos, al bote de detergente le sobra espacio por dentro y al paquete de galletas le faltan 4 ó 5 del último que se compró.
Es una práctica de interpretación torticera que engaña sin engañar dentro de la legalidad; basta con indicarlo en algún sitio aunque sea con letra muy pequeña así no te pueden denunciar porque, ya se sabe: avisando nadie traiciona.
Pero dejando de lado las trampas económicas, me ha saltado a la mente cómo esta “genialidad” productiva se lleva practicando desde que se inventó el hilo negro en las relaciones amoroso/sentimentales.
¿Quién no se acuerda de aquellas promesas emocionadas que se hicieron “ante Dios y ante los hombres” y que luego quedaron –demasiadas veces- en agua de borrajas?
En lo que me tocó padecerlo y en lo que sigo observando parece que esta técnica sigue utilizándose sin ningún pudor por parte de los protagonistas de la jugada. Algo así como si una póliza de seguros contratada con innumerables coberturas hubiera ido disminuyendo éstas con el paso de las sucesivas renovaciones anuales, en una letra pequeña que se plasma en el contrato aunque no se lea en absoluto.
Es una “reduflación” en la cantidad de los sentimientos (de calidad mejor ni hablamos): donde antes había ilusión y dedicación ahora ha disminuido hasta el mínimo común múltiplo –el monto más bajo que cumple con ser múltiplo de dos-.
Antes, el corazón y su mochila rebosaban buenos sentimientos, la ilusión se desbordaba y las ganas de agradar llamaban la atención. Ahora –seguramente- el amor se ha cambiado por “cariño”, la ilusión por desesperanza y las ganas de casi todo en pura abulia o indiferencia. El sexo, ni está ni se le espera.
Los niños –humanos desde pequeñitos- hacen algo parecido con los juguetes nuevos; mucha alharaca al principio para ir abandonando poco a poco la novedad y desear algo que no se tiene… todavía.
Cada vez damos menos ergo cada vez recibimos menos a cambio y no sabremos qué fue antes si el huevo o la gallina, si se esquinaron los besos como un reflejo compartido o dejamos de tocar la otra piel porque dejaron de tocar la nuestra. Si los padres ancianos nos hartan porque son como son –niños viejos, caprichosos y egoístas-, si los hijos se van a vivir al planeta donde sólo se conjuga el pronombre “yo”, si con la pareja o con los amigos “del alma” hemos ido reduciendo la cantidad de “producto” con mil excusas, todas ellas justificadísimas… a nuestros ojos.
Al final, son habas contadas. Todo lo que se reduce acaba adoptando su mínima expresión y con ello recorriendo el camino inalterable que lleva a su extinción. Son leyes de la vida, no únicamente inventos de la economía. Al loro. Y al tiempo.
Felices los felices, malgré tout.
LaAlquimista
También puedes seguir la página de Facebook:
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com