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Cecilia Casado

A partir de los 50

El coronavirus y yo

Llegué al mes de Mayo de 2022 habiendo sorteado con éxito todos los ataques de la Covid-19. Mientras tanto, alrededor, habían ido cayendo, contagiados, amigos y conocidos, vecinos y paseantes. Servidora, en casa, más sola que la una, mantenía el baluarte firmemente protegido a base de paseos por la naturaleza, comida sana y buena lectura. Tanto en 2020 como en 2021 viajé a México –por aquello de lo que tiran los hijos- y esquivé al “bicho”; no así parte de mi familia que lo padeció hasta en dos ocasiones, pero con la gravedad justa y superable. Menos mal.

Pero esto de la COVID ha sido como todo en mi vida: en cuanto me relajo, zas, salta la liebre y me desmorona el arbolito. Quiero decir que, con tres vacunas en el cuerpo y muchos planes sociales rechazados (no cine, no teatro, no comilonas en sitios cerrados, no besos, no abrazos, no roce), recibí con alivio el levantamiento de la obligación de portar tapabocas en interiores.

Te relajas, te confías, porque (casi) todo el mundo lo hace, sin darte cuenta de que el deseo de que algo ocurra no es protección alguna contra los efectos negativos de esa acción. Como cuando quieres enamorarte y se te olvida que luego vendrá el llanto o el desajuste a toda alteración hormonal.

Así las cosas me fui a la masajista habitual y ya nos vimos las caras sonrientes; y luego a la “pelu” y todas estábamos como niñas en el recreo. ¡Y en el colmado de la esquina! Saludándonos con las cajeras y el de la pescadería con unas sonrisas de oreja a oreja. Felices también en el bar de abajo de tomarnos el cafecito de media mañana con tranquilidad, sin el sube y baja de la mascarilla…

Luego me fui a Berlín (un taxi, un bus, dos aviones y otro taxi) a compartir la primavera con mi hija y le llevé un regalazo que no fue detectado en el control policial –ya que control sanitario no había- del aeropuerto ni de ninguna manera: la Covid-19, cepa Omicron VI, modelo primavera-verano 2022. Mucho vigilar que el champú fuera en botellín pequeño y NADA DE NADA para el virus que nos ha tenido a morir desde hace dos años. Europa, Espacio Schengen, libre acceso y tránsito incontrolado. Ni pasaporte covid, ni pepinillos en vinagre. Allá fuimos todos, dos avionazos a tope de personal –con mascarillas, eso sí- alegres y contentos en pos del destino final; en mi caso, cuarenta y ocho horas de cuartelillo esparciendo el virus por Berlín hasta que aparecieron los 38 grados colmados de fiebre y el positivo en el test de antígenos. Cinco días de calvario entre paracetamol, tos y dolor por todas partes. Por lo menos, la enfermera –joven, rubia, guapa y más fuerte que yo- me ha cuidado amorosamente.

Utilicé el whatsapp para comunicar a mi gente cómo había caído miserablemente y cuál fue mi sorpresa al comprobar que andábamos todos más o menos en la misma tesitura: en plan plaga primaveral, como si de polen se tratara o de mosquitos tigre. Que aquí no se libra ni el Tato…está más que escrito y comprobado. También comprobé con asombro que lo que para mí era algo HORRIBLE, para los demás no era más que una anécdota…y eso también me puso de nuevo en mi sitio, que no es otro que desarrollar el aprendizaje de que ya te puedes estar muriendo que eso al otro le importa bien poco… También he descubierto que no pocas personas han pasado la Covid-19 y ¡no han dicho ni esta boca es mía! Cuánto se aprende aunque no se quiera aprender de esta manera…

Resumiendo: que con tres vacunas en el cuerpo me la he pillado. Por boba y por confiada y dando gracias de las vacunas y los anticuerpos que si no acabo en un hospital alemán mirando al techo.  A ver qué pasa ahora que ya se acerca la temporada de vacaciones y vamos a ir todos esparciendo virus a diestro y siniestro sin más contención que la del propio miedo. Yo, por si las moscas, voy a seguir con la mascarilla en lugares cerrados, como estoy viendo que aquí, en Berlín, hace todo hijo de vecino. Y, si los alemanes lo hacen…por algo será.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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