Empecé a viajar en serio a los veintidós en un recorrido circular desde Donostia hasta Ankara (Turquía) en coche. En aquel Citröen GS que convertía en cama los asientos delanteros con los de atrás, nos fuimos, recién casados, a recorrer mundo durante casi dos meses con la fuerza inigualable de la juventud y el combustible del amor ilusionado. Suena cursi, pero era bastante cierto.
Durante años recorrimos Europa –en vacaciones- a golpe de volante y tienda de campaña, de camping-gas y colchoneta inflable, de sobres de sopa, espaguetis con tomate y carne picada. Con algunas botellas de Rioja en el maletero y una Canon analógica pateamos museos e inventamos aventuras, hicimos amigos y descubrimos las libertades que no había en nuestro país.
Con la autocaravana llegó la comodidad de viajar con un bebé, pero con la comodidad se rompió la baraja y hubo que retornar a la casilla de salida, aunque seguí viajando por mi cuenta con aquel armatoste de 3.500Kgs. durante un año largo todavía y aprendí que el concepto de “viajar sola” no era más que un tabú ridículo para una mujer de treinta años.
Mi primer viaje largo en avión me llevó a un pequeño periplo de un mes por India, Nepal y Tailandia y ahí se prendió el germen de cierto afán viajero que no me ha abandonado todavía. Por necesidades del guion quedó atrás la tienda de campaña y me pasé a los hoteles, descubriendo el gozo de la ducha caliente diaria, la cama confortable y la ausencia de bichos además de la seguridad, obviamente.
He viajado a países lejanos buscándome la vida por mi cuenta, con mis hijas a reconcón, organizando vuelos y contratando hoteles sin intermediarios, yendo por libre siempre que me ha sido posible. Y he conocido sitios míticos con la libertad por maleta, (lo de la mochila siempre me pareció una opción evitable, excepto cuando hice el Camino de Santiago sola conmigo misma) he hecho amigos aquí y allá a golpe de pasaporte, pero al viajar con poco apoyo logístico fui aumentando la prudencia y minimizando riesgos; a fin de cuentas, tenía (y sigo teniendo) dos hijas a las que no quiero dejar huérfanas antes de tiempo…
Ir de camping a mi provecta edad sería un deporte de riesgo para mis huesos; la autocaravana me daría claustrofobia y un albergue compartido con pelos ajenos en la ducha me pone los míos de punta sólo de pensarlo. Conclusión: que más me vale ir adaptándome a mi nuevo baremo de prioridades sin hacer demasiada bulla. A cada época de la vida corresponde su telón de fondo e ingenua sería si quisiera hacerme trampas a mí misma.
Cuando la pandemia habitó entre nosotros, tuve que cambiar de paradigma…o que el pasaporte se me llenara de telarañas. De repente había restricciones por doquier, dificultades en la reserva de vuelos, anulaciones no compensadas y mucha inseguridad para el viajero, así que me apunté a una agencia de viajes de confianza (y además donostiarra) y, en vez de esperar “a que esto pase”, he seguido moviéndome porque los meses (o años) perdidos no nos los va a devolver nadie. ¡Quién me ha visto y quién me ve! Toda la vida criticando los viajes organizados y ya tengo un par de ellos en mi haber (Alsacia e Islandia).
Cuando en “mi otro mar” contemplo las autocaravanas habitadas por parejas de jubilados, ya no siento ninguna envidia ni pienso que me he perdido algo. Mi cuerpo agradece un buen colchón, una buena ducha, una cocina para disfrutar de la comida. Dormir en silencio y no con los ruidos de un parking, no tener que cargar agua ni vaciar el váter químico y, en definitiva, las comodidades que me piden el cuerpo y la mente. Eso significa también hacerse mayor, envejecer sin problemas, sabiendo aceptar las limitaciones del cuerpo y cuidándolo con mucho mimo para que dure lo máximo posible.
Dame un buen hotel y dime tonta, bendita la tranquilidad de no tener que preocuparme de reservar nada para el día siguiente; qué gozada llegar a un sitio nuevo y tener esperándote el restaurante con la comida caliente, qué maravilla hacer miles de kilómetros sin machacarte el lumbago conduciendo ni los nervios esquivando conductores, qué gozada tan grande ir caliente cuando hace frío y fresquito cuando hace calor y, sobre todo, saber que alguien te está cuidando si tienes cualquier percance comprometido.
Mis hijas han viajado con mochila y por libre tal y como ha correspondido a su edad vital. Van por buen camino… aunque les vaticino que también llegarán al hotel con estrellas en la puerta en vez de dormir en el que tiene estrellas en el cielo. Porque todo tiene que cambiar y somos nosotros los que tenemos que permitir que cambie y no empeñarnos en seguir dando saltos a partir del momento en el que el cuerpo comienza a encender luces rojas de alarma y los huesos a emitir crujidos de película de miedo.
También quiero suponer que si tuviera pareja me habría costado mucho más dejar de lado el “viaje por libre”, pero he encontrado mi carretera secundaria para seguir disfrutando del subidón que me da viajar y hacer nuevas amistades en cada viaje. Un remedio buenísimo para quien tenga que pelear contra las hieles de la soledad no deseada.
Ahora mismo, con Ucrania invadida y la guerra en las puertas de casa, con Europa sobresaltada, me siento incapaz del todo de irme de turisteo por ahí. Precaución o desmotivación, no sé bien…pero me cuesta hacer como si no pasara nada. En fin. Cosas mías.
Felices los felices.
LaAlquimista
También puedes seguir la página de Facebook:
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com