En todas las culturas conocidas, antiguas y modernas, existe la costumbre de honrar a los seres queridos fallecidos como una forma de perpetuar su legado y de enriquecer el propio corazón con las bondades que el finado compartió durante su vida.
Hasta aquí todo perfecto, comprensible y digno de consideración.
Pero… ¿qué ocurre cuando el muerto deja tras de sí un legado de malos recuerdos que quienes lo conocieron y padecieron prefieren enterrar bien en lo profundo para olvidarlo lo antes posible?
Ahí hemos pinchado en hueso porque… ¿acaso la gente “mala” no tiene también familia a la que dañar? ¿Acaso la maldad, la estupidez, la inconsciencia no hacen daño a todo al que le toca padecerla? ¿Qué pasa cuando esas personas tóxicas, dañinas, maltratadoras, crueles o simplemente estúpidas –recalco lo de la estupidez- fallecen y dejan respirar con alivio a tantos otros?
Pues creo que ya sé lo que pasa. Que se les hacen funerales a los que “familiares, allegados o conocidos” acuden con cara de póquer por fuera y alivio en el corazón. Que se les dedican esquelas pagadas en el periódico para que “no se diga” y donde aparece hasta el último sobrino lejano como si fuera el patriarca amado o la matriarca querida.
Y que nadie diga ni mu, faltaría más, que de los muertos no se habla mal aunque fueran más malos que Caín o más peligrosas que la Gorgona. Que hay que respetar a los muertos –nos han enseñado- y morderse los higadillos aunque el abuelo, la abuela, el padre, la madre o cualquier hermano, haya sido un maltratador, una psicópata sin empatía alguna, un déspota insufrible, una histérica insoportable, un egoísta sin más razones que su autoridad, una abusadora sin más soporte que su fuerza.
Yo qué sé la cantidad de seres humanos malos malísimos que cuando se mueren se les llena la sepultura de flores e hipocresía. Yo qué sé cuántos habrá que merecerían acabar en un bote de cristal en forma de cenizas prohibidas de esparcir por aquello de no contaminar con su veneno polvoriento. (Siempre me acuerdo de la conocida que sufrió lo que no está escrito por culpa de su madre, la cual llegó a denunciarle a ella por malos tratos y que cuando falleció la hidra de siete cabezas, la hija le puso una esquela amorosa…por aquello de que “después de muertos todos somos buenos”.)
Honrar a los muertos, sí, pero tan sólo a quienes se lo hayan merecido por su entrega, bondad o buenos ejemplos. Hacerse amar en vida es garantía de permanecer en los corazones amantes.
Hacerse odiar en vida por méritos propios no debería tener ningún reconocimiento más allá de cierta justicia poética que siempre llega, estoy segura de que siempre llega.
Felices los felices y los que se han ganado el amor.
LaAlquimista
También puedes seguir la página de Facebook:
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
Apartirdeloscincuenta@gmail.com