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Cecilia Casado

A partir de los 50

Enemigos para qué, si tengo familia

Tiro de refranero para que nadie me defenestre antes de leerme: “En todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas”. Dicho esto, voy al lío porque me chirrían noticias y sucedidos, comentarios y confidencias acerca de las astracanadas –por no decir otra cosa- que se producen entre familiares…de puertas para adentro.

Hay tres sentimientos que conforman la trilogía de todo lo peor que puede darse entre los miembros de una familia: rencor, envidia, rabia. Rencor por todas las situaciones en las que nos sentimos tratados injustamente. Envidia por lo que unos tuvieron hurtándonoslo a nosotros. Rabia por no haber sabido gestionar lo anterior para evolucionar hacia la paz.

Los padres tienen carta blanca para tratar a los hijos como mejor les viene en gana, volcando demasiadas veces sobre ellos sus propias frustraciones y traumas. Se le llama “educación”, pero nadie se pone de acuerdo en definir y aceptar un estándar de la misma. La cultura adquirida, las costumbres de tribu y, sobre todo, el grado de inteligencia marcarán inexorablemente el camino que el tierno infante tendrá que transitar a trompicones. Cuando esto falla, cuando se hace mal, no es de extrañar que al hacerse mayores esos hijos sientan un profundo rencor hacia sus progenitores. Esos hijos traumatizados, doloridos en lo profundo y cargados de piedras acabarán condenando a sus padres y a sus propios hijos a una vida complicada, poco amable y generosa, demasiadas veces negativa o vengativa.

La envidia se da más entre hermanos. Se mira con lupa lo que uno tuvo y a nosotros nos hurtaron, sin comprender que los padres van experimentando con cada hijo, metiendo la pata sin poderlo evitar y corrigiendo los fallos con el siguiente. Educar es aplicar el principio de “prueba-error” y de ahí tirar para adelante como mejor se pueda. Nadie hemos nacido con un libro de instrucciones bajo el brazo. Obviamente, esta lógica no excluye de responsabilidad a quienes han sido injustos o nada ecuánimes.

De aquellos polvos estos lodos entre hermanos que dejan de hablarse antes o después de cobrar la herencia o se ofenden de una manera tan dañina que hace inviable una reconciliación en los siguientes doscientos años. Se puede llegar al odio más acerbo posicionándose como “víctima” del entorno familiar y acabar actuando como “verdugo” de quienes tienen la misma sangre.

La rabia también anda por ahí campando por sus respetos sin que buenas intenciones o manos tendidas signifiquen apenas más que una desdeñable intención para quienes se han instalado en la posición firme del “no pasarán”. Qué terrible constatación conocer a personas de más de cincuenta años que siguen cebando heridas infectadas en su corazón…y se niegan a cauterizarlas de una vez por todas. Se las identifica –quién no conoce a alguna- por el rictus de amargura permanente en su rostro, por el tono picajoso en sus comentarios, por el mal genio que se les escapa como un tic nervioso incontrolable, por –en definitiva- la aureola de victimismo pasivo/agresivo e infelicidad que incorporan a su aura energético.

Luego aparecen –en cualquier orden- la hipertensión, la ansiedad, el insomnio, la alopecia, las úlceras de estómago, los nervios disparados y disparatados, la sensación de que la vida es un asco y todo el mundo está en mi contra. Son caldo de cultivo para todo el abanico de enfermedades psicosomáticas.

Acaban –estas personas- convenciéndose de que no necesitan mantener buenas ni malas relaciones con sus familiares, que “todos son tóxicos menos yo” y encerrándose en sus burbujas en las que no caben más que quienes les dan la razón con más fe que comprensión. El amor, ni está ni se le espera.

Luego también, al cabo de los años, pasa lo que pasa. Pero esa ya es otra historia…

Felices los felices y los que no son rencorosos, ni envidiosos ni guardan rabia en su corazón.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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