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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vuelta al redil. El taxista cabreado

Ayer dormí en mi cama después de ocho noches durmiendo en cama ajena. Ajena y alquilada, a buen precio, en el barrio de Palacio de Madrid. Me fui a dar un paseo vacacional por la capital del reino, reencontrarme con familia y amigos y, sobre todo, cambiar una rutina de viento y lluvia por otra de viento y sol.

Así que no nos engañemos. Aunque nos queramos convencer de que las vacaciones sirven para huir de la rutina adocenante, en realidad, lo único que hacemos es arrastrarnos con más o menos gracia y cansancio hasta otro “redil” donde la hierba será menos fresca y el rebaño (desconocido) menos amable y protector.

Viajamos para volver a casa felices de volver a casa. Sobre todo en el camino de regreso, siempre antipático, cansado, insufrible, en el que proyectamos el deseo del momento de sentarnos en nuestro sofá, ducharnos en nuestra ducha, dormir en nuestra cama.

De ocho días de experiencias sorprendentes, amables, curiosas, que me han acariciado el ánimo y espoleado los sentidos a la vez que proporcionado largos espacios de silencio y reflexión, me están rechinando y maltratando la memoria los veintidós minutos de espera a un taxi en la estación del Norte de San Sebastián para, después de seis cansinas horas de autobús desde Madrid, poder subirme a un vehículo que me llevara –de una vez por todas- al portal de mi casa.

El taxista se enfadó conmigo cuando le pregunté cómo era posible tan parco servicio ante una demanda tan grande y no paró en todo el trayecto de repetirme –una y otra vez- que “estamos hartos de cómo se nos ataca desde la prensa, que somos trabajadores PRIVADOS, no un servicio público, que yo soy AUTÓNOMO y trabajo cuando lo creo conveniente”. Que reclamemos al Ayuntamiento para que ponga mejor servicio de transporte público y les dejemos a ellos en paz. Este ciudadano maleducado no paró de lanzarme sus arengas todo el trayecto hasta que consiguió que yo también me enfadara y le dijera que hiciera el favor de callarse, que yo le había contratado para que me hiciera un servicio no para que volcara sobre mí su mal humor.

Vuelta al redil, sí. Al “recinto cercado donde los pastores guardan el ganado”, donde tan sólo las ovejas negras tienen la mínima posibilidad de distinguirse del resto, donde siempre se paga un precio obsceno por ser diferente, por abrir la boca en vez de callar, por decir las cosas en vez de rezar por la paz un avemaría.

Qué cansado es –a veces- caminar por la vida teniendo que sortear la incomodidad propia y la ajena, pelear con injusticias y desafueros, aburrirse viendo el telediario, deprimirse leyendo la prensa. Que paso del Mundial de la hipocresía, de las peleas de la comunidad de vecinos; que no voy a participar del vocerío quejica y protestón del “todos contra todo”. Que no me subo al tren, que me quedo en el andén viendo cómo se aleja…

Me temo que no me va a quedar otro remedio que tomarme unos días de readaptación al medio, de a pocos, metiendo primero un dedo del pie en la piscina social y luego, según la temperatura del agua, ir sumergiéndome en la charca navideña que –imparable, igual que cada año- irá haciendo croar a sus ranas los villancicos de paz, amor y turrón que nos van a empachar sin solución de continuidad hasta que lleguen los carnavales.

He dormido en mi cama y me ha despertado el ruido frenético del “topo” (tren que atraviesa la ciudad sin estar soterrado) a las cinco y cuarto de la mañana. Cada doce minutos hasta medianoche. Como siempre. Hasta que la muerte nos separe. Ya estoy en casa.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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