“No me quería, tan sólo quería una idea que se había hecho de mí. Como si fuera la guarnición delicada y adecuada para el plato fuerte que él representaba. No mucho más que el after shave que le daba el toque irresistible como masculino singular, un poco menos que el placer de acariciar con la espalda el cuero de los asientos de su coche sueco, quizás conseguí alguna vez visitar su mapa íntimo y personal mientras dormía y mi gps emocional le asaltaba de improviso. Como una hacker escondida y temerosa de lo que pudiera encontrar en su “deep side”.
No me quería.
Pero eso no lo supe hasta mucho después de haberle dejado de querer yo también. Y entonces ya nada fue posible. Ni un arreglo ni un parche, ni una oración ni un grito blasfemo: nada. Y lo peor era la duda de si alguna vez me había amado. Porque el único consuelo era pensar eso precisamente, que hubo un tiempo en el que sus besos y sus miradas, sus palabras y sus caricias fueron sinceras. Sus promesas así lo parecían, conformando una pátina de realidad creíble que nadie discutía. La fachada se mantenía bien apuntalada.
Quise creer que no buscaba en mí lo que luego supe que necesitaba –o quizás lo supe desde el principio-: un ancla en su tormenta, un puerto en su desvarío, una mujer que le diera su consistencia como navío.
Recorté trozos de sus cartas y los fijé en la puerta del frigorífico.
-“Eres lo mejor que me ha pasado en la vida”.
-“No sé qué haría sin ti”.
-“Contigo he aprendido a amar”.
Las mejores mentiras de mi vida junto a la receta de las torrijas y el imán que me traje de la Torre Eiffel.
Han pasado los años y la memoria sigue ahí, recordándome cruel en las madrugadas insomnes, su lado de la cama y el calor de su cuerpo cuando amaba. Dicen que cuando se va acabando la vida nos apuntalan los recuerdos, los buenos nada más. Por eso tengo que hacer trampa y decidir que sí, que sí me quiso tanto como yo a él y que aquel baile en un vagón de metro de Paris y la lluvia en un oasis en el desierto forman parte del pequeño tesoro que me llevaré conmigo.
Aunque luego, al final, el amor se escapó una noche entre las sombras de la duda…”
Felices los felices.
LaAlquimista
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