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Cecilia Casado

A partir de los 50

Navidades, sálvese quien quiera

** Banksy. 2019 Street art. Vyse Street. Barrio de los joyeros. Birmingham. Reino Unido

Lanzarse a hablar de cualquier tema que preocupe o moleste, empeñarse, luchar por que las cosas sean honestas –es decir, sin hipocresía añadida- es un trabajo hercúleo que nos atañe a todos. Incluso a los vagos que prefieren mirar para otro lado. Dicho esto que viene a ser algo así como “las cosas claras y el chocolate espeso”, voy al lío.

Se acercan –nos cercan- las Navidades, fiesta del consumo por antonomasia en el mundo “cristiano” aunque venga disfrazada con la máscara de “amor y paz”. Amenaza el calendario con fechas aviesas, ésas en las que es de obligado cumplimiento reunirse con los familiares para fingir –en muchísimos casos- que reina la paz y la armonía en la viña del Señor y alrededor de la mesa del comedor.

Si mis padres levantaran la cabeza volverían a agacharla con tristeza al comprobar cómo la familia que ellos formaron se ha desestructurado con el paso de los años y no nos reunimos para celebración alguna por expreso deseo (y rechazo) de parte de su descendencia. Que hay quien no quiere y punto pelota. Que en mi familia se dejan las cosas claras y nos ciscamos en la hipocresía. No está mal el aprendizaje. Aunque haya dolido al principio, he aprendido la lección y, como buena alumna, la he puesto en práctica yo también.

Así que ya tan sólo voy donde me quieren. Y únicamente invito a mi casa a quienes amo y respeto. Y que me aman y me respetan. Así de fácil o así de difícil, según cómo te lo plantees…

Empiezan a comerme la oreja y aburrirme los discursitos de todos los años de personas que se quejan en noviembre de lo que sufrirán en diciembre soportando a familiares indigestos por obligación o decreto-ley de las normas de la familia.  Esos compromisos aborrecibles que hacen que, quienes los asumen, se sientan mal consigo mismo por no ser capaces de decir basta o no atreverse a enfrentar a una suegra, un cuñado, un yerno. Que conste que lo más terrible es cuando el “enemigo” no es político sino por vía directa: los padres, los hijos, los hermanos.

Si soy capaz de ser honesta conmigo misma –se empieza por ahí- quizás consiga extender esa honestidad a los demás y no caer –como tantas veces he caído- en esa condescendencia navideña de paz y amor cuyas vigas maestras son demasiadas veces las de la hipocresía más deleznable. En otros tiempos hubo buena voluntad, justo es reconocerlo, pero raro era el año en el que no se acababa como el rosario de la aurora.

Porque si no quieres a una persona, si te cae mal, si no la soportas (si esa persona no te quiere a ti, si le caes como el culo, si no te aguanta) mal se puede engañar a los propios sentimientos y marchar à contre coeur, que dicen los franceses.

Conforme pasa mi vida voy teniéndolo más claro: sólo voy donde me quieren y para ello tengo todo el año antes de diciembre para haberme hecho querer… No valen quejas de última hora.

Felices los felices y los que se liberan de la hipocresía.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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