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Cecilia Casado

A partir de los 50

Redoble de tambores lejanos

 

Unos días antes del 19 de Enero mi padre me invitaba a acompañarle a Hendaya a comprar angulas. Vivitas y coleando las traíamos para desesperación de mi madre que sabía del proceso de matarlas con tabaco y limpiarlas incontables veces. Pero era este un ritual ineludible, una tradición más allá de cualquier discusión doméstica.

Había quien las iba a pescar con fanal a orillas del Urumea o quien, mucho más racionalmente, las compraba ya listas para el consumo. A doscientos gramos por cabeza, que más vale que sobre que no que falte, y no es que fuéramos ricos es que todavía no habían venido los japoneses a llevárselas para hacer negocio con ellas. Aunque a mí, la verdad, desde la perspectiva de paladar infantil, lo de comer “gusanos” como yo les llamaba, no es que me entusiasmara demasiado, aunque esa tontería se me fue pasando con la edad…

Tamborrada de San Sebastián – Wikipedia, la enciclopedia libre

Lo que sí me emocionaba y enardecía era salir a la calle el 20 de Enero, fiesta del patrón de la ciudad, San Sebastián, para presenciar la Tamborrada Infantil. Creo que fue gracias al desfile de tambores a los sones de Sarriegui cuando empecé a saber lo que era la envidia de pene.

No, no se me ha ido la olla, es que en aquella época, en la tamborrada infantil sólo participaban los niños, -como bien recordamos todas las de aquella época- y las niñas, cuatro por compañía, estaban relegadas a ser  “cantineritas”, lo que suponía saludar con la mano derecha llevando en la izquierda una cestita con flores. A mis cinco años ya quería que hubiera “igualdad” sin haber oído nunca hablar de Victoria Kent o María Lejárraga.

Marcha de San Sebastián. 20 Enero 2020 – YouTube

Las féminas de la familia (mayoría absoluta) también echaban leña al fuego con la sempiterna cantinela de por qué a las mujeres no se les permitía entrar en las sociedades gastronómicas más que en dos días “sagrados” y que, por puro espíritu de contradicción, no había que asistir a la cena de la víspera a ninguna sociedad, una especie de boicot reivindicativo que muy pocas llevaban a cabo, porque se consideraba la típica pataleta femenina de la que los hombres se reían. (Y algunos se ríen, todavía)

Pasados los años, alguien se dio cuenta de que tanta protesta debía ser atendida y se promovió que las niñas dejaran de estar excluidas en las tamborradas de sus colegios, pero creo que eso fue porque, al convertirse la mayoría de estos en mixtos, hubiera sido demasiado descarada la discriminación.

Entonces no había “bazares chinos” ni sus antecesores, los famosísimos “Todo a 100”, que vendieran tambores de plástico ni gorros de cocinero de papel, así que la tamborrada la seguías manejando unos palillos invisibles sobre un también imaginario barril o tambor; pero no importaba, podías ser feliz con tan poco en las manos y  tanto en la imaginación. Igualito que ahora, vamos.

Como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, tuve cumplido –aunque tardío- resarcimiento de las tamborradas que me faltaron en la infancia preparando, veinte años después, las de mis hijas que, ellas sí, pudieron desfilar con honor y todo el derecho por las calles de la ciudad. A las sociedades gastronómicas también vamos ya cuando queremos y no cuando nos dejan.

Esto de la Tamborrada nos ha ayudado mucho a las mujeres a recuperar algunos espacios perdidos.  Aunque ya no comamos angulas, claro.

Felices los felices.

LaAlquimista

Foto de portada: Mi hija como Tambor Mayor de la compañía de Amara Berri. Ya eran los años 2000

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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