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Cecilia Casado

A partir de los 50

Maldita pereza

Me enseñaron que la pereza formaba parte de los siete pecados capitales, aquellos que decía la iglesia católica que ayudaban irremediablemente a caer en las calderas del infierno. De hecho, mis padres practicaban a conciencia algunos de ellos (no, no eran ni la lujuria ni la gula) y no veían contradicción alguna con llevar a cabo una lucha sin cuartel contra la maldita pereza.

Olvidado tuve desde siempre el zanganear un domingo por la mañana en la cama en vez de levantarme rauda para “aprovechar el día” según los cánones de la época (que me parece que no han cambiado demasiado, pero bueno). Los deberes del colegio había que acometerlos en plan militar, a toque de corneta, ni soñar con dejarlos para última hora. Ahí estaba mi padre controlando el asunto no nos fuéramos a relajar…

Curiosamente, era mi propia madre la que languidecía en sus aposentos, perezosa hasta la extenuación, guarecida en la trinchera de “mujer de salud delicada” mientras que el resto del batallón bregaba con la vida a bayonetazo limpio.

De ahí que siempre consideré la pereza como un arma de doble filo; por un lado salvadora de extremas exigencias y por el otro caldo de cultivo de casi todos los males espirituales.

Pero eso era antes y ahora ya no existe el vocablo pecador como tal sino que se le ha blanqueado la esencia poniéndole nombre difícil de pronunciar: procrastinación. Del verbo procrastinar, del latín de toda la vida “procrastinare” que significa diferir, aplazar una obligación por falta de interés o pereza.

Y con los nuevos tiempos se asientan las nuevas costumbres como no podía ser de otra manera. Si la ITV vence el día 31 andamos medio locos para que nos den cita el 30. Si hay que tener una conversación definitiva o importante con alguien de nuestro entorno se va aplazando hasta ponerle el cartel “sine die”.

Miedo me da –y grande- esa pereza mental de no querer enfrentarse a lo ineludible, de postergar con cara de hastío las labores que deberían ser atendidas con diligencia, de dejar que la vida pase mientras vamos sobreviviendo, como si el cauce de nuestras aguas no pudiera ser ni desviado ni contenido por inteligentes diques mentales.

Qué pereza pasar el aspirador, la rumba, la mopa para ir recogiendo esos pelotones de polvo que vamos desperdigando a nuestro paso y que duermen con nosotros –bajo la cama o en el inconsciente- sin que nos decidamos a hacer de una puñetera vez lo que hay que hacer y dejarnos de excusas perezosamente ridículas.

La última vez que sentí que la maldita pereza me corría por las venas fue cuando a punto estuve de volver a establecer una relación “romántica” con un señor que estaba envejeciendo más o menos bien. ¿Volver a contar mi vida? ¿Otra vez tener que explicar los porqués de mis errores pasados? ¿Actualizar mi CV para que me conozca? Uf. ¡Qué pereza, por todos los dioses! Así que puse cara de no enterarme y procrastiné el momento de la autobiografía. Y de un par de cosas más que también me daban infinita pereza…

Felices los felices.

LaAlquimista

*Por cierto que al buscar en la red una imagen con la que identificar la pereza me sale una colección de cuadros e imágenes de mujeres en posición lánguida o evanescente. No comment.

**El oso bezudo, ​ oso labiado u oso perezoso​ es una especie de mamífero carnívoro de la familia de los úrsidos. Es un oso de hábitos preferentemente nocturnos que ha vivido históricamente en las praderas y bosques de llanura de la India, Nepal, Bangladés, Sri Lanka y Bután.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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