Me ha despertado el canto de un gallo abriéndose paso entre las brumas de mi sueño. Como siempre que duermo en cama ajena necesito unos segundos para la geolocalización. Otros días es la puerta del vecino o la estridencia del tren el sonido que me reincorpora a la vida consciente, pero hoy –como seña de identidad de esta NATURALEZA con mayúsculas- ha sido el humilde jefe del gallinero de la casa rural en la que me alojo.
Abro la ventana para respirar con fruición el aire fresco (muy fresco) de la mañana y siento –porque pensar es demasiado trabajoso a estas horas- que los dioses están jugando en mi equipo esta vez. Me recorre un escalofrío mezcla de emoción y del relente matutino y busco el calor del agua de la ducha para dejarme de tanta poesía y recuperar el sentido práctico del día.
Me acerco a la cocina comunitaria para preparar un té aromático que me acompañe en mi paseo por el jardín. (Para el desayuno habrá que esperar casi dos horas, aquí no se andan ni con tonterías ni con prisas).
La vista es sencillamente espectacular. Las montañas al fondo, el valle festoneando el entorno y aquí mismo árboles, plantas, flores y un césped que invita a descalzarse y que te acaricie los pies.
Una niebla de primavera va elevándose lentamente como si fuera la nube de incienso con la que una sacerdotisa de la naturaleza (¿una lamia que ha subido a las montañas?) ha perfumado la mañana.
El silencio lo impregna todo. La campana de la iglesia calla también por respeto a los durmientes. El aleteo de los pájaros es tan tenue como dulce y el perro de la casa duerme, las vacas duermen, los caballos duermen, yo también estoy dormida y despierta a la vez y soñando y sintiendo…
Escaparse de las prisas cotidianas es algo que todos podemos hacer. Con voluntad es posible, aunque nos hayan querido convencer de que estamos atados a un yugo inamovible que obliga al ser humano a repetir el terrible suplicio de Sísifo hasta que se acabe esta vida. No es cierto. Por lo menos no lo es para quienes tenemos el privilegio de vivir en esta parte del mapa en la que la maldad del ser humano no se manifiesta con guerras cruentas.
La naturaleza sigue tendiéndonos la mano, es amiga aunque tenga motivos de sobra para estar enfadada con nosotros, pero todo nos lo ha perdonado (de momento). En la naturaleza no hay prisas, que son un invento del hombre para querer llegar antes que los demás a ninguna parte.
El sol se despereza como todos los días y anuncia un tiempo amable de primavera. Poco a poco el rocío de la mañana se recoge bajo la hierba, los pájaros recitan su cuento matutino y un aroma ancestral llega hasta mí. Mertxe ha hecho un bizcocho.
LaAlquimista
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Fotografías: Cecilia Casado
Valle del Baztán. Ziga. Navarra.