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Cecilia Casado

A partir de los 50

Por fin voy a mi aire

Soy una persona sociable, extrovertida y amigable –aunque no siempre de trato fácil-. De hecho, hubo un tiempo en el que mi vida giraba en la órbita de la sociabilidad, catapultando fuera de mí la necesidad de sentirme unida a la gente ejerciendo de “factor de unión”. Fueron tiempos rompedores y divertidos hasta que, como casi siempre ocurre, las miserias individuales pudieron más que la buena intención colectiva.

Recuerdo las “Cenas de chicas” donde cada amiga debía presentar a otra nueva para ir enriqueciendo el grupo, hasta que nos dimos cuenta de que cada una contaba la feria según le iba en ella y los intereses no coincidían para nada. Enfermó de “anemia afectiva” y tan sólo quedan dos supervivientes a día de hoy. 

Allá quedaron también los rescoldos del “Club a partir de los 50” que nos  quemaron la paciencia después de habernos divertido una veintena larga de personas durante más de un lustro por sidrerías, sociedades gastronómicas, restaurantes y organizado diversos eventos con mucha ingesta de todo lo que el cuerpo demandaba y el ánimo permitía. Creíamos que éramos amigos, pero el globo se desinfló por culpa de Envidia, la diosa romana que personificaba la unión de las griegas Némesis y Ptono (Venganza y Celos) Envidia (mitología) – Wikipedia, la enciclopedia libre

También se autofagocitó el “Círculo de Mujeres” del que fui facilitadora y al que quincenalmente reuní en mi propia casa con una docena de mujeres -desconocidas las unas de las otras- para intentar concienciarnos en sororidad de lo que podíamos hacer las unas por las otras. La idea era buenísima (provenía de Jean Sinhoda Bolen Jean Shinoda Bolen – Wikipedia, la enciclopedia libre) Aquel proyecto duró dos años escasos y acabó como el rosario de la aurora, con lanzamiento de reproches y un hartazgo compartido cercano a la náusea por culpa de los “malditos egos” que tantas llevamos a cuestas.

La Pandemia y otros virus emocionales de difícil curación y doloroso recuerdo hicieron que desapareciera también la “Gastroterapia de los miércoles” y dinamitó el grupo de amigas que nos habíamos reunido cada semana durante varios años alrededor de una mesa para hablar de lo divino y de lo humano. Algunas brasas de calidad siguen dando calor todavía, justo es reconocerlo y yo sólo puedo decir que “fue bonito mientras duró”. 

Hice un balance de cuentas, miré mi “Debe” y mi “Haber” y llegué a la conclusión de que tenía que tomar -una vez más- una decisión importante, encaminada a elegir a mis amistades y que no fueran los demás los que se acoplaran a mí según sus necesidades o intereses.

Así que empecé a tachar nombres y enviar experiencias a la “papelera de reciclaje” emocional…y real. Decidí cortar por lo sano lo que ya empezaba a gangrenarse aun a sabiendas de que mi vida social se vería muy empequeñecida. Pensé que no me importaría y, después de dos años, compruebo que sigue sin importarme salir de cena con ninguna cuadrilla, ir a sociedades a comer y cantar para volver a casa con la cabeza hecha gelatina y el corazón un poco encogido. Ya no quedo con “amigotas” para salir de fiesta –o la fiesta que hagan mujeres como yo en una pequeña ciudad de provincias donde casi todo tiene lugar en un “escaparate”-.

Quien quiera estar conmigo ahora ya sabe que sólo puede hacerlo en “petit comité”, que tengo mi club VIP y únicamente me voy a relacionar con personas que son importantes para mí. Se me ha desgastado el postureo y las ganas de ir a ningún lado formando parte de un grupo que luego vaya a posar para la foto.

De aquellos tiempos, guardo como oro en paño a algunas amigas que nunca me han traicionado, que no hablan mal de mí a mis espaldas, ni hacen mofa de mi persona delante de otros (todo se sabe) y que no se han aprovechado de mí ni en lo emocional ni en lo crematístico. Me consta que algunas de esas personas creen en conciencia que yo también les he clavado algún puñalito en la espalda y que les he fallado miserablemente. Y es cierto, me apunto a la autocrítica porque siempre hay que escuchar a las dos partes. Quizás estemos en paz en ese sentido.

A pesar del precio pagado me siento bien de poder decir que “yo ya voy a mi aire”, que valoro más la calidad que la cantidad y que la gente que se ha quedado atrás y que me ha dejado atrás me ha permitido acceder a la libertad que necesitaba para desplegar las alas.

Todos vamos aprendiendo, que ya iba siendo hora.

Felices los felices.

LaAlquimista

*Fotografía: Cecilia Casado. Gaviota al atardecer en la playa de Zurriola. Donostia.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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