Cuando se llega a cierta edad uno de los errores más comunes es creer que uno está de vuelta de todo, que ya ha recorrido lo más abrupto del camino y que se las sabe todas. Que conoce lo que hay que conocer y que tiene el derecho a juzgar lo que hay que juzgar.
Pues no. Craso error. Los usos sociales cambian a un ritmo vertiginoso y somos incapaces –nadie es capaz, ni siquiera los sociólogos ni los más enterados- de “comprender” lo que está cambiando y por qué está ocurriendo este cambio.
Este prolegómeno viene al caso de las conversaciones que a veces se dan entre gente de mi edad –madres y padres de hijos más que veinteañeros- del uso del alcohol por parte de la juventud. Suelo pecar de sincera y casi siempre resulta que mis hijas han sido las únicas bebedoras sociales de fin de semana. Escucho con demasiada frecuencia la frase: “pues mi hijo no bebe; ni fuma.” Ah, pienso yo, pues qué modosito tiene que volver a casa viernes y sábados con el repartidor del pan…
¿Por qué beben nuestros hijos? La respuesta más simple es porque nos ven beber a los padres. Poco o mucho, la ingesta de alcohol está presente en todas las celebraciones: familiares, amistosas y de compromiso.
El alcohol es barato, baratísimo (en comparación con otros países de Europa -¿con qué vamos a comparar si no?-) y está al alcance de cualquiera con un DNI suficiente. Nuestros hijos nos han visto demasiadas veces con la copa en la mano desde que tienen memoria; excepciones las hay, por supuesto, pero no cuentan ahora desgraciadamente.
Yo les pregunto, a esos jóvenes a los que tengo acceso, cuál es el motivo de su exagerada e imprudente ingesta de alcohol. Esas botellas de vodka, ginebra, whisky y ron que cuestan lo mismo que un bocata… ¿qué veneno contienen? ¿No les importa acaso meterse entre pecho y espalda química pura y dura de a seis euros el litro?
Las respuestas serían variadas e insuficientes: porque lo hace todo el mundo, porque ¿qué otra cosa van a hacer para divertirse?, ¿preferiríamos que se metieran algo más fuerte? Que por supuesto que lo hacen: pastillas de colores y lo que antes se esnifaba con un bolígrafo Bic.
Algunos –insolentes- preguntan: “¿Qué hacías tú a nuestra edad…?” “
A su edad yo…nosotros…estábamos igual de desorientados, confusos, dolidos e insatisfechos de la vida que ellos. Ya que atisbábamos la que se nos presentaba por delante. Creíamos con mucha rabia que nuestros mayores nos habían dejado un mundo tocado del ala, dañado en sus cimientos, sin más inquietud que ganar dinero y que íbamos a tener que dejarnos la piel en levantarlo.
Y es cierto que nos hemos dejado la piel y no siempre ha valido la pena. En los últimos treinta años hemos convertido un proyecto vital único en un fracaso vital colectivo. Y nuestros hijos nos miran con el rabillo del ojo conscientes de que no podemos echarles ya nada más en cara; que la responsabilidad también es nuestra.
Y se van a tomarse sus copas, tan tranquilos. O no.
Y nosotros nos quedamos en casa, apurando la peli de Netflix y mirando de reojo el whatsapp.
En fin.
Felices los felices.
LaAlquimista
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