Toda mujer tiene un color favorito ya que tenemos el “pantone” a nuestra disposición. No así los hombres, que pivotan entre azules y grises y poco más. El mío es el verde. (Sí, ya sé que hay un dicho al respecto, pero me da igual). Verde oliva, verde esmeralda, verde hierba o verde verderol, me gustan todos. Del resto de colores picoteo aquí y allá según el estado de ánimo, aunque hay dos que me resultan nefastos emocionalmente: el marrón y el rosa chicle. Así que me he quedado desfasada de nuevo en cuanto a moda y tendencias ahora mismo.
¿Por qué tal fobia al color rosa? (Lo del marrón se entiende fácil). Pues ni más ni menos porque siempre lo he asociado a las muñecas de mi infancia; quiero decir a las muñecas que no tuve. Porque mi madre nunca se complació en complacerme comprándome muñecas de ningún tipo, ni ella ni los Reyes Magos que debían de estar aliados. Ella –mi madre, una feminista de lo más heteropatriarcal- argumentaba que a las niñas se nos condicionaba para el futuro de madres y amas de casa desde pequeñitas y que esos referentes le parecían malsanos. Teniendo en cuenta que ella misma tuvo cuatro hijas, no tenía mucha coherencia su posición, pero eso no lo supe hasta mucho más tarde.
El caso es que no tuve muñecas en mi infancia, ni una triste muñeca que llevarme a los brazos. Lo juro. Obviamente, tal dislate me pasó factura en la edad más o menos adulta, pero es bien sabido que cada quien lleva en la mochila las piedras que le han metido. A cambio, me regalaba libros, lápices de colores y todos los juegos de construcción que salían al mercado. Igual es que quería que fuera escritora o artista o arquitecta. No lo sé.
También me hizo odiar el estereotipo de “las niñas de rosa, los niños de azul”, de forma que cuando parí a mi primera criatura sólo quise vestirla de blanco, beige o amarillo. Y sin orejas perforadas. La gente no supo a qué atenerse con ella hasta que le llegó la melena por la mitad de la espalda.
El caso es que desarrollé una especie de fobia al color chicle de la época y ahora que lo han reivindicado en una especie de movimiento global feministoide no sé qué hacer, de verdad. No está una ya para cambiar de vigas maestras mentales. O quizás me pasa como aquel que siempre llegaba tarde adonde no pasaba nada….
Felices los felices.
LaAlquimista
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