*”El grito” Edvard Munch (1893) Versión Galería Nacional Noruega
Ansiedad. Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo.
Estrés. Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves.
Advierto una vez más que lo que aquí escribo no tiene más valor que el que cada uno le quiera dar; es decir, que no soy “experta” en nada, ni tengo colgado en una pared un título universitario que beba de las fuentes de la psicología humana o la psiquiatría médica. Pero he vivido mucho y he hecho guardia en las peores garitas imaginables para una mujer como hija, hermana, esposa y madre, así que me arrogo el derecho de hacer una “reflexión en zapatillas” de lo que observo alrededor.
Dicho esto, a lo que voy, que me disperso.
Como consecuencia de mi obsesión por observar la vida, escudriñar a mis semejantes y tomar buena nota de todo lo que veo, no he podido menos que constatar que no pocos de mis congéneres más o menos cercanos, más o menos conocidos, padecen una patología que está considerada dentro del sistema sanitario como acreedora de baja laboral y perceptora de ayuda química. Se trata de la ansiedad producida por el estrés…del tipo que sea.
Hay quien se deja llevar por los demonios al no aceptar lo que la vida le está ofreciendo empeñándose en manipular o modificar una realidad que tiene tanta fuerza como la rotación de la Tierra: inamovible.
Hay quien ofrece una resistencia numantina a situaciones que no dependen de lo que uno quiera, sino que están en manos de la voluntad sacrosanta de otras personas. Se convierten en muros o se rebelan, buscando la victoria pírrica –aunque sea pírrica- para su ego.
También están los que creen a pies juntillas que todo lo malo que les ocurre es culpa de los otros y se victimizan con la insana intención de conseguir una bula que les ampare en su eterna queja.
Y no menos lejanos están quienes echan pestes del gobierno, de los políticos, del Ibex o de la propia familia, metiendo a todos en el mismo saco de culpabilidad y agresión a su propia persona, esa gente que se ha acostumbrado a personalizar todo lo que ocurre a medio kilómetro a la redonda de su casa.
Les escucho –y callo- cuando me cuentan de sus males, de la medicación que les han recetado, de la depresión con la que están coqueteando, de la angustia vital que les impide sonreir un poquito a la vida incluso cuando luce el sol y se levantan por la mañana sin que les duela nada real.
Lo buscan, el dolor, se revuelcan en la ansiedad y en la insatisfacción vital. Sufren endiabladamente. Se estresan. Enferman. Casi nunca se enfrentan a sí mismos. ¡Dan tan poquitas ganas de estar con ellos…!
Y cuando me siento de esa manera yo también, no dejo de acordarme de cómo me verán los demás, con qué pocas ganas querrán estar conmigo ni aguantar mi cantinela…y eso me obliga a recuperar las fuerzas para no estresarme ni “ansiar” nada que esté fuera de mi alcance.
Porque como bien decía el gran sabio Epícteto: “Unas cosas dependen de nosotros y otras cosas no dependen de nosotros. La libertad y la felicidad dependen de que sepamos ver la diferencia entre ambas categorías.”
Felices los felices.
LaAlquimista
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