Esta lista la aprendí -a la fuerza en el colegio- durante mi infancia católica, apostólica y romana. Más fácil de recitar que la lista de los reyes godos, pero muy difícil de llevar a la práctica.
Voilà las siete que me enseñaron:
1º Visitar a los enfermos;
2º Dar de comer al hambriento;
3º Dar de beber al sediento;
4º Dar posada al peregrino;
5º Vestir al desnudo;
6º Visitar a los presos y
7º Enterrar a los difuntos.
Con la perspectiva del año 2023 en un país occidental, del primer mundo económico y en una democracia parlamentaria, a simple vista más que “obras de misericordia” habría que decir “Derechos Humanos”. Que a nadie le falte comida ni bebida, ni un techo donde cobijarse, ni ropa con la que proteger su cuerpo. Y que los muertos tengan un enterramiento digno. No me parece ni discutible ni negociable. Luego queda lo de “visitar a los presos” que está absolutamente pasado de moda. Ya nadie lo hace más allá de alguna oenegé o grupillo de gente acérrimo-católicas.
¡Pues nos queda una! Exactamente en el lugar adonde quería llegar yo. Porque, vamos a ver, ¿qué pasa con ese “Visitar a los enfermos” que –para más inri- ocupa el primer lugar.?
Aquí llevo yo convaleciente de mi enfermedad desde hace más de una semana y tan sólo una persona se ha ofrecido a visitarme motu proprio, es decir, sin yo tener que pedírselo. Al resto, cuando me han deslizado con voz meliflua el consabido: “ya sabes, lo que necesites, dímelo”, les he contestado el también socialmente obligado y consabido: “no, gracias, muchas gracias, ya me cuida mi hija y tengo de todo”. Y todas las conciencias tranquilas. La del ofertante quedando cariñosamente bien y la mía no dando el coñazo a nadie.
Visitar a los enfermos puede que fuera antiguamente una “obra de misericordia”, pero hoy en día es una “necesidad emocional” que, lo juro por mis dientes, no se compensa en absoluto con mensajes de whatsapp ni llamaditas telefónicas. Reflexiono sobre ello e intento ver cómo lo he hecho yo cuando mis personas queridas han estado convalecientes de alguna enfermedad. ¿Les fui a visitar, les ofrecí un rato de compañía, les llevé un bizcocho de yogur, un libro, una plantita del mercado?
Pues mitad y mitad, porque ha habido quien se encerraba a cal y canto en sus males, en su casa o en el hospital, desdeñando o rechazando compañía, hasta quien ha agradecido desde el corazón una “visita de médico” cuando el cuerpo se les ha puesto patas arriba. Para más inri he llegado a enterarme de serios problemas de salud de algún amigo…¡a toro pasado! El pudor, el tabú, el miedo a recibir un no por respuesta ante una petición de lo más natural … y misericordiosa.
Así somos los humanos, portadores del catálogo completo de todo lo que brilla y todo lo que está en sombras. A fin de cuentas, este parón mío forzoso también me tiene que servir para aprender lo que no sé o recordar lo que tan cómodamente he olvidado.
Felices los felices.
LaAlquimista
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**Entre diciembre de 1896 y marzo de 1897, con apenas dieciséis años, Picasso pinta, la que podemos considerar su primera obra maestra: Ciencia y Caridad de Picasso. El lienzo, enmarcado en el “realismo social” de la época, supone el cénit de su etapa academicista y formativa.