Han puesto luces de colores –muchas, muchísimas- en los cielos de la ciudad; y una noria gigantesca que me descoloca porque no la ubico en el imaginario navideño de la infancia. En el colmado de la esquina ya faltan turrones y las flores de Pascua comienzan a estar mustias. Las estaciones de esquí están sacándose brillo para proporcionar placer a los bien acomodados y hace mucho frío y llueve mucho según cómo se mire el mapa. La gente espera la paga extra –sobre todo los que la necesitan- para gastarla alegremente haciéndose regalos entre sí con gran falta de sentido práctico, pero las tradiciones mandan. Es un mes complicado, Diciembre; no es como marzo o septiembre que son discretos, que transcurren sin alharacas sin obligar al personal a hacer cosas que preferiríamos no tener que hacer.
Nos volvemos un poco locos en Diciembre. Que si las comidas de amigos, las de empresa y las familiares. Todo el mes –y el principio del siguiente- nos lo vamos a pasar comiendo más de la cuenta para luego quejarnos. Hay una ausencia de coherencia que no tiene remedio aunque la disfracemos de otra cosa.
Las reuniones familiares pondrán de los nervios a más de uno y de dos, pero nadie se las saltará con pértiga porque puede más la inercia que la inteligencia. Pobres “cuñaos” que van a cargar con un sambenito injusto ya que en todos los escalones de la jerarquía familiar hay voluntarios en el extendido arte de querer ser “algo más” que los demás.
Llegará el solsticio de invierno en el hemisferio norte y será el día más corto del año por la posición inclinada de la Tierra en relación con el Sol y, al día siguiente, en este país, soñaran los pobres con hacerse ricos y los ricos con serlo todavía un poco más. Hay muchos sueños en diciembre, sobre todo los de los niños a los que se engaña más haciéndoles creer que tendrán regalos venidos por arte de magia aunque ellos mismos los elijan de los anuncios que ven en televisión. Sueños de diciembre mentirosos, muy falsos, y muy traídos por los pelos en este año 2023.
¿Cómo es posible que sigamos dejándonos arrastrar…? Igual es porque necesitamos inventar un atisbo de esperanza para atravesar el desierto lleno de guerras y dolor por el que nos arrastramos desde hace demasiado tiempo. No sé, de verdad que nunca en toda mi vida me había sentido menos segura de nada. Ni siquiera en los tiempos de la Covid-19. O como dice el chiste: “Me asaltan las dudas y me roban las certezas”.
El caso es que este diciembre tampoco me va a gustar, lo intuyo. Por lo menos en este país donde todos se pelean contra todos: los políticos en público para vergüenza ajena insoportable, los que comen caliente tres veces al día y tuercen el gesto cuando ven a los sintecho tirados en una esquina; los que le sacan chispas a Amazon contra los que cobran la pensión mínima, los que trabajan como bestias contra los que cortan el bacalao diciendo que subir los sueldos de los demás va a desestabilizar la economía. Un desastre total y absoluto.
Algunas veces he pensado que me gustaría tener fe religiosa, esa que (proclaman) ayuda a superar este valle de lágrimas confiando en el amor divino y en la promesa de una vida mejor cuando se acaba esta. Quizás los que “creen” duermen mejor que los que vemos la realidad de otra manera y son los que disfrutarán del mes de Diciembre cumpliendo con sus ritos de amor y paz teóricos –porque en la práctica es mucho más difícil-. Diciembre. Qué pereza. En fin.
Felices los felices.
LaAlquimista
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